DECONSTRUYENDO EL ATRIO
LUIS LÓPEZ SILGO.
Arquitecto
¿POLÉMICA O DEBATE?
Parece poco probable que la polémica (RAE: Arte que enseña los ardides con que se debe ofender
y defender cualquier plaza) sobre el proyecto ganador en el concurso del Atrio de la Alhambra, se
transforme en un verdadero debate (RAE: Discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más
personas), a causa de la polarización ideológica de las dos facciones oponentes. Parte de las
opiniones expresadas públicamente adolecen de esta contaminación, declarándose a favor o en
contra, en función de afinidades doctrinarias o lealtades materiales. A veces incluso reconociendo
no haber visitado la exposición, ni haber visto el proyecto en la web.
Resultaría más beneficioso para el monumento, para el proyecto y para todos los agentes
involucrados, que el debate se centrase en aspectos concretos del concurso y del proyecto, al
margen de aspectos tangenciales, como el indiscutible palmarés del autor o las carencias del
Albaicín. Las reflexiones y los interrogantes que se plantean a continuación, junto con alguna
sugerencia, tratan de contribuir a sopesar y valorar el alcance y la repercusión de las actuaciones.
CONCURSOS Y GALARDONES
El resultado de los concursos de arquitectura depende en buena medida de la correcta formulación
de sus bases. Y en otra gran parte, de la actitud de los jurados y de los participantes frente a las
estipulaciones de aquéllas, adoptando un sentido crítico constructivo, con la intención de corregir
posibles errores o carencias de las bases, para procurar una mejora de las condiciones del
concurso y por lo tanto de sus resultados.
El Ayuntamiento de Granada se propuso –hace ya 40 años-
prolongar la Gran Vía, desde la plaza de Isabel la Católica a la
plaza de la Mariana, atravesando el barrio de San Matías, en una
operación de saneamiento urbano y social que pretendía resolver
los problemas de tráfico y suprimir las actividades de comercio
sexual en la zona. La presión de colectivos profesionales y
vecinales, que se oponían a la destrucción del barrio, obligó a la
convocatoria de un concurso, en el que colaboró el Colegio de
Arquitectos, facilitando información complementaria a la escasa
documentación que había proporcionado el Ayuntamiento. Las
bases del concurso establecían claramente el objetivo de la
prolongación en curva, atravesando el corazón de la ciudad.
Un grupo de compañeros, que habíamos terminado la carrera ese mismo año, preparamos una
propuesta en la que optamos por no prolongar, aportando otras soluciones al tráfico; corriendo el
riesgo de ser descalificados por incumplimiento de las bases. Nuestra sorpresa fue mayúscula
cuando en abril de 1976 se nos comunica que habíamos obtenido el tercer premio del concurso.
Pero aún resultaría más sorprendente que de los 16 proyectos presentados, tan sólo uno había
atendido el requisito de la prolongación, y no había obtenido reconocimiento alguno.
Hace ya largo tiempo que no se produce esta actitud de crítica positiva hacia las regulaciones
básicas de los concursos, por parte de los jurados y de los concursantes. Pienso que esto es
debido a que, en la mayoría de los casos, estos grandes concursos responden a decisiones
políticas; y también porque, sencillamente, una buena parte de los arquitectos (y más aún los
“superstar”) han pasado de tomarse su trabajo con un sentido profesional, a entenderlo más bien
como una actividad comercial; y a veces hasta propagandística, en favor de sus mentores.
Se pretende otorgar carta de infalibilidad al proyecto del Atrio, por el simple hecho de que haya sido
seleccionado por un “jurado de expertos”. Pero entre sus miembros no había una mayoría de
arquitectos y las Bases del concurso, tan sólo exigían que una tercera parte lo fuesen.
Tampoco existe una garantía total de independencia, puesto que a veces, en estos concursos de
máximo nivel, quienes son hoy jurado, mañana son concursantes y viceversa. Constituyen círculos
más bien cerrados, que se apoyan en algunos departamentos de las escuelas de arquitectura y en
las revistas profesionales. Otras veces, las combinaciones de los votos de los arquitectos con los
de los otros miembros, arrojan insólitos resultados. También ellos se pueden equivocar.
Cuando se convocó el concurso del Museo de la Acrópolis en 1989, ya se habían producido otros
dos con anterioridad, dirigidos exclusivamente a arquitectos griegos. Ninguno de los tres llegó a
ejecutarse. Hasta el año 2003 en que dio comienzo la obra con el proyecto de Bernard Tschumi,
que había sido elegido en un cuarto concurso, esta vez realizado por invitación a varios estudios de
nivel internacional. Un ejemplo de que siempre hay tiempo para reflexionar y reconducir los
concursos, hasta estar completamente seguros de que se cumplen las necesidades reales por las
que el certamen ha sido convocado.
Posiblemente unas bases de partida poco adecuadas, junto al conformismo de los técnicos
participantes, ha dirigido al concurso del Atrio de la Alhambra hacia unos resultados que han
generado unas fuertes críticas. Aunque éstas, en su mayoría, carecen de razonamientos y son más
bien de tipo militante, otro tanto sucede con los defensores, que no alcanzan más allá de
manifestar su adhesión inquebrantable al maestro Siza. Unos y otros se acusan de oportunismo
político y en ambos casos tienen razón, sin llegar a darse cuenta de que, en realidad, son las dos
caras de una misma moneda.
Como argumento para acallar las voces disonantes respecto del proyecto, suele hacerse referencia
al autor y sus indiscutibles méritos, lo cual es una perversión del sano debate. No se trata del
individuo ni de sus títulos, que merecen todos los respetos, sino del proyecto galardonado. Al fin y
al cabo no se ha celebrado un concurso de personas, sino de proyectos; y en todas las carreras
existen aciertos y fracasos. Basta echar un vistazo a algunas de las esculturales realizaciones de
Calatrava, muchas veces reñidas con la utilidad; el último y absurdo capricho del maleducado y
soberbio Frank Ghery (viviendas en forma de bolsa de papel arrugada); los desvaríos
megalómanos de Zaha Hadid. Todos ellos muy premiados y todos sus proyectos carísimos.
Parece que Granada no tiene suerte con la obra del arquitecto portugués. El único precedente de
Siza en la ciudad, la casa Zaida, no es precisamente un gran acierto, con esa rendija abierta en la
fachada principal, como los patios-tendedero de los bloques de viviendas baratas de posguerra,
además de incrementar las alturas del edificio preexistente. El hecho de estar en posesión de unos
determinados títulos, no garantiza en absoluto la calidad y la adecuación de los resultados.
Por lo tanto, los proyectos de los arquitectos con premios (ya sean Pritzker, Príncipe de Asturias o
cualquier otro) son tan opinables como los demás y no se pueden contrarrestar las críticas
concretas a un proyecto, alegando los méritos de un premio concedido al autor. Y todos los
ciudadanos –independientemente de sus títulos, sus cargos o su posición social- tienen todo el
derecho a expresar su opinión, ya que los usuarios están incluidos en los criterios de valoración del
patrimonio, determinados por las cartas de restauración y por la política cultural de la Unesco. Y
además, son los que pagan todas las facturas.
máximo nivel, quienes son hoy jurado, mañana son concursantes y viceversa. Constituyen círculos
más bien cerrados, que se apoyan en algunos departamentos de las escuelas de arquitectura y en
las revistas profesionales. Otras veces, las combinaciones de los votos de los arquitectos con los
de los otros miembros, arrojan insólitos resultados. También ellos se pueden equivocar.
Cuando se convocó el concurso del Museo de la Acrópolis en 1989, ya se habían producido otros
dos con anterioridad, dirigidos exclusivamente a arquitectos griegos. Ninguno de los tres llegó a
ejecutarse. Hasta el año 2003 en que dio comienzo la obra con el proyecto de Bernard Tschumi,
que había sido elegido en un cuarto concurso, esta vez realizado por invitación a varios estudios de
nivel internacional. Un ejemplo de que siempre hay tiempo para reflexionar y reconducir los
concursos, hasta estar completamente seguros de que se cumplen las necesidades reales por las
que el certamen ha sido convocado.
Posiblemente unas bases de partida poco adecuadas, junto al conformismo de los técnicos
participantes, ha dirigido al concurso del Atrio de la Alhambra hacia unos resultados que han
generado unas fuertes críticas. Aunque éstas, en su mayoría, carecen de razonamientos y son más
bien de tipo militante, otro tanto sucede con los defensores, que no alcanzan más allá de
manifestar su adhesión inquebrantable al maestro Siza. Unos y otros se acusan de oportunismo
político y en ambos casos tienen razón, sin llegar a darse cuenta de que, en realidad, son las dos
caras de una misma moneda.
Como argumento para acallar las voces disonantes respecto del proyecto, suele hacerse referencia
al autor y sus indiscutibles méritos, lo cual es una perversión del sano debate. No se trata del
individuo ni de sus títulos, que merecen todos los respetos, sino del proyecto galardonado. Al fin y
al cabo no se ha celebrado un concurso de personas, sino de proyectos; y en todas las carreras
existen aciertos y fracasos. Basta echar un vistazo a algunas de las esculturales realizaciones de
Calatrava, muchas veces reñidas con la utilidad; el último y absurdo capricho del maleducado y
soberbio Frank Ghery (viviendas en forma de bolsa de papel arrugada); los desvaríos
megalómanos de Zaha Hadid. Todos ellos muy premiados y todos sus proyectos carísimos.
Parece que Granada no tiene suerte con la obra del arquitecto portugués. El único precedente de
Siza en la ciudad, la casa Zaida, no es precisamente un gran acierto, con esa rendija abierta en la
fachada principal, como los patios-tendedero de los bloques de viviendas baratas de posguerra,
además de incrementar las alturas del edificio preexistente. El hecho de estar en posesión de unos
determinados títulos, no garantiza en absoluto la calidad y la adecuación de los resultados.
Por lo tanto, los proyectos de los arquitectos con premios (ya sean Pritzker, Príncipe de Asturias o
cualquier otro) son tan opinables como los demás y no se pueden contrarrestar las críticas
concretas a un proyecto, alegando los méritos de un premio concedido al autor. Y todos los
ciudadanos –independientemente de sus títulos, sus cargos o su posición social- tienen todo el
derecho a expresar su opinión, ya que los usuarios están incluidos en los criterios de valoración del
patrimonio, determinados por las cartas de restauración y por la política cultural de la Unesco. Y
además, son los que pagan todas las facturas.
CONTRA EL PLAN DIRECTOR
El Plan Director de la Alhambra, en la Línea Estratégica Nº 2”, en referencia al Atrio, establece con
claridad: “Partiendo de las premisas de configuración de un espacio abierto, plenamente adaptado
al entorno, y del respeto a las masas vegetales existentes, se apuesta por una arquitectura de
vanguardia…” Condicionante que recogen literalmente las cláusulas del concurso, en su Base nº 2.
Sin embargo, en los Anexos técnicos se fija el ámbito de la actuación en una zona con una masa
vegetal existente. El emplazamiento elegido para la implantación del Atrio resulta incompatible
con este requisito que impone claramente el Plan Director y recogen las Bases. ¿Cómo es posible
que se delimite un emplazamiento que sitúa la edificación sobre masas vegetales existentes?
El Plan Director es un instrumento que no puede ser modificado por las bases de un concurso, ni
mucho menos (como es el caso) por un anexo técnico del mismo. ¿Es que nadie –ni concursantes,
ni jurado, ni el secretario administrativo- leyó las Bases del concurso o es que han sido pasadas por
alto? Según esto, se habría desarrollado todo el certamen contraviniendo las estipulaciones del
Plan Director y de la propia Base 2, en lo referente a la masa vegetal. ¿No sería condición
suficiente para impugnar y proclamar la nulidad del concurso? ¿Quién decidió esa ubicación?
Resulta escandaloso que una institución pública decida construir sobre una zona, cuya vegetación
ha sido previamente protegida, por un plan que la propia institución ha redactado y aprobado. No
hace mucho tiempo, los tribunales obligaron a la Universidad de Sevilla a la demolición de la
biblioteca, construida en el Prado con proyecto adjudicado por concurso a Zaha Hadid y la
cooperación del Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, por ser zona protegida por el Plan General.
Es esta la primera circunstancia que llama la atención: ni el “jurado de expertos”, ni los
concursantes, ni los que se oponen al proyecto, ni los defensores del mismo (que también se
identifican en otros casos como defensores de la naturaleza), ni los grupos ecologistas, ni los
responsables de jardinería de la Alhambra… en fin, nadie ha tenido una sola palabra, un solo
gesto, en defensa del arbolado que el proyecto de Atrio pretende destruir.
Del mismo modo que ahora se requiere una modificación (un traje a medida) del Plan General de la
Ciudad y del Plan Especial de la Alhambra y el Generalife, es de suponer que también habría que
llevar a cabo una modificación del Plan Director, para evitar estas contradicciones. Es lo que tienen
los principios marxistas (tendencia Groucho): “Tenemos unos principios… pero si no le gustan,
tenemos otros”. Lo que pone de manifiesto la falta de rigor aplicado al proceso administrativo de un
concurso de tan alta envergadura y de gran transcendencia para la ciudad.
mucho menos (como es el caso) por un anexo técnico del mismo. ¿Es que nadie –ni concursantes,
ni jurado, ni el secretario administrativo- leyó las Bases del concurso o es que han sido pasadas por
alto? Según esto, se habría desarrollado todo el certamen contraviniendo las estipulaciones del
Plan Director y de la propia Base 2, en lo referente a la masa vegetal. ¿No sería condición
suficiente para impugnar y proclamar la nulidad del concurso? ¿Quién decidió esa ubicación?
Resulta escandaloso que una institución pública decida construir sobre una zona, cuya vegetación
ha sido previamente protegida, por un plan que la propia institución ha redactado y aprobado. No
hace mucho tiempo, los tribunales obligaron a la Universidad de Sevilla a la demolición de la
biblioteca, construida en el Prado con proyecto adjudicado por concurso a Zaha Hadid y la
cooperación del Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, por ser zona protegida por el Plan General.
Es esta la primera circunstancia que llama la atención: ni el “jurado de expertos”, ni los
concursantes, ni los que se oponen al proyecto, ni los defensores del mismo (que también se
identifican en otros casos como defensores de la naturaleza), ni los grupos ecologistas, ni los
responsables de jardinería de la Alhambra… en fin, nadie ha tenido una sola palabra, un solo
gesto, en defensa del arbolado que el proyecto de Atrio pretende destruir.
Del mismo modo que ahora se requiere una modificación (un traje a medida) del Plan General de la
Ciudad y del Plan Especial de la Alhambra y el Generalife, es de suponer que también habría que
llevar a cabo una modificación del Plan Director, para evitar estas contradicciones. Es lo que tienen
los principios marxistas (tendencia Groucho): “Tenemos unos principios… pero si no le gustan,
tenemos otros”. Lo que pone de manifiesto la falta de rigor aplicado al proceso administrativo de un
concurso de tan alta envergadura y de gran transcendencia para la ciudad.
DISTANCIAS Y VEHÍCULOS
Pero no sólo el arbolado merece un respeto; también el conjunto arquitectónico y sus jardines, que
gozan de la declaración de Bien de Interés Cultural. Y el emplazamiento elegido para el Atrio
(coincidente en parte con las actuales taquillas y accesos) se aproxima excesivamente a los muros
de la fortaleza. Se encuentra a escasos metros de la línea que define el ámbito protegido de BIC y
dentro de su entorno o zona de respeto, también delimitada, y en la que hay que ser especialmente
delicado con las transformaciones que se puedan producir.
En defensa del Atrio, se ha establecido una
comparación con el Museo de la Acrópolis y centro
de atención al visitante, pero no se informa que
éste se encuentra fuera del recinto sagrado y a
más de 300 metros de distancia.
Un ejemplo cercano, Medina Azahara (Córdoba), lo
tiene a más de un kilómetro de recorrido; Baelo
Claudia (Cádiz) a 200 metros ¿Resulta realmente
imprescindible que el centro de atención al
visitante de la Alhambra se encuentre a 50 metros
de distancia del conjunto monumental?
Entre las personas existen ciertas distancias psicológicas de respeto, en función de sus relaciones
y jerarquía (ejemplo de extraños en un ascensor); de manera similar, entre dos construcciones con
una diferencia de categoría tan abismal, deberían haberse tomado mayores distancias. Obsesión
inexplicable por la proximidad al monumento, que ha dejado en buen lugar a los desafortunados
pero modestos edificios de los Nuevos Museos de Prieto Moreno, a los que muchos nos opusimos
en su día, por encontrarse excesivamente cercanos al recinto monumental. ¿Podría considerarse
una ubicación del Atrio junto a aquéllos? Puesto que su volumetría ya ha sido asumida visualmente
en el conjunto, les podrían hacer el gran favor de ocultar sus poco agraciadas fachadas.
La coincidencia espacial del nuevo Atrio con la puerta de acceso actual y las taquillas, presenta
otro grave inconveniente ¿Han reparado, la organización o los proyectistas, en que para iniciar los
trabajos del Atrio hay que comenzar por el derribo de las construcciones actuales? Esto implica que
el conjunto nazarí debería pasar cinco largos años (o seguramente más) sin taquillas ni puertas de
acceso. Lo que obligará a la construcción de unos servicios similares, con carácter provisional,
incrementando inútilmente el presupuesto. Si no se hubiesen hecho coincidir los emplazamientos,
podrían seguir funcionando los accesos actuales hasta la puesta en servicio de los nuevos.
Otro tanto puede decirse de la presencia de vehículos privados y autobuses. ¿Es necesario que
accedan hasta las mismas puertas del Generalife? Más bien podría haberse aprovechado esta gran
oportunidad para limitar el acceso al entorno de la Alhambra, incluso suprimiendo los actuales
aparcamientos en bancales y recuperando estos terrenos (o una parte de ellos) para el uso y
disfrute peatonal.
En la mayoría de nuestras ciudades, se tiende a peatonalizar los entornos de catedrales y edificios
monumentales, retirando el tráfico rodado de sus proximidades. ¿Por qué en el monumento más
importante se fomenta que los vehículos privados y autobuses accedan hasta las mismas puertas
del Generalife y a escasos metros de la muralla? En la Acrópolis griega, un monumento con
muchas coincidencias con la Alhambra, no se aproximan los vehículos privados, ni los autobuses;
ni los aparcamientos se ubican a una distancia tan temeraria.
Con el proyecto de Atrio, los autobuses se introducen aún más en estos terrenos y se crea un
aparcamiento soterrado, obligando a los visitantes a desplazarse bajo tierra. ¿No sería más lógico
mantener los vehículos alejados y que el tránsito, desde la rotonda del cruce del cementerio hasta
el recinto amurallado, fuese de uso peatonal y disfrutando del entorno natural, como también
propone el Plan Director? Podrían disponerse sistemas ligeros de traslado, como pasillos rodantes
o soluciones similares, de bajísimo impacto visual, que proporcionan un alto rendimiento funcional y
una mejora considerable en el confort de los visitantes. Sin necesidad de grandes excavaciones ni
complejas obras de infraestructura.
No resulta comprensible que se programe una obra de tal envergadura y transcendencia, con un
elevado presupuesto, dando por buenas dos premisas fijas la ubicaciónGESTIÓN DE ACCESOS
Otros factores, que también se dan por
válidos, como punto de partida, son el aforo y
el sistema de gestión y control de los accesos.
Fuentes del Patronato afirman que se
encuentran al límite del máximo aforo
admisible, con lo que se consigue ser el
monumento más visitado de España y estar
entre los 10 primeros del mundo.
Pero, aparte de las medallas que puedan lucir
políticos y gestores con este récord, cabe
preguntarse ¿realmente esto beneficia al
monumento y sus visitantes?
Rotundamente no. Quizás no se presente otra gran oportunidad, para abandonar ese absurdo
objetivo de “más que nadie” –como cualquier parque temático privado- y aliviar esa presión de
máximos sobre el monumento y sobre los aborregados y sufridos visitantes. Reduciendo
ligeramente la cuota de usuarios, se podrán conseguir grandes mejoras; tanto en el disfrute de la visita, como en las condiciones de conservación del conjunto.
A la hora de cuantificar los aforos y las esperas, en el sistema de control de accesos, se está
manteniendo un modelo que se basa en distribuir personas que llevan un papel en la mano.
Cuando ya se puede viajar, presentar documentos (¡hasta de hacienda!), comprar, vender, y un
sinfín de actividades, sin necesidad de soporte material; cuando se limita el uso del papel hasta en
las administraciones públicas, para entrar en la Alhambra, sin embargo, seguimos en la era
Gutenberg. Que una vez gestionadas telemáticamente las entradas, haya que pasar
obligatoriamente por taquilla para recoger el papelito, resulta absolutamente anacrónico, a estas
alturas del siglo XXI.
Incluso en la exposición sobre el Atrio, que es gratuita, se entrega a cada asistente un ticket de
papel, como mecanismo de control de visitantes. ¿No es suficiente con los apuntes de la amable
azafata, que nos recibe a la entrada, solicita los datos de procedencia y lleva la cuenta total de
visitantes diarios? Pues no; se ve que sobran árboles. Y los apuntes los realiza (¡cómo no!) en una
hoja de papel, en lugar de utilizar una “tablet" u otro dispositivo, que permita el volcado directo de
datos para su procesamiento; si es que se usan para algo.
En fin, se habla de la Alhambra del siglo XXI, de la proyección de futuro, de la sociedad de la
información, de las redes sociales, de las nuevas tecnologías… pero para estos asuntillos, nos
encontramos aún en la burocracia del siglo XIX. Sería muy conveniente repensar la gestión de los
accesos, aprovechando para perfeccionar el modelo y adaptarlo a las nuevas tecnologías; lo que
daría como resultado un cuadro de necesidades diferente del que ha sido utilizado para
dimensionar las previsiones del proyecto.
manteniendo un modelo que se basa en distribuir personas que llevan un papel en la mano.
Cuando ya se puede viajar, presentar documentos (¡hasta de hacienda!), comprar, vender, y un
sinfín de actividades, sin necesidad de soporte material; cuando se limita el uso del papel hasta en
las administraciones públicas, para entrar en la Alhambra, sin embargo, seguimos en la era
Gutenberg. Que una vez gestionadas telemáticamente las entradas, haya que pasar
obligatoriamente por taquilla para recoger el papelito, resulta absolutamente anacrónico, a estas
alturas del siglo XXI.
Incluso en la exposición sobre el Atrio, que es gratuita, se entrega a cada asistente un ticket de
papel, como mecanismo de control de visitantes. ¿No es suficiente con los apuntes de la amable
azafata, que nos recibe a la entrada, solicita los datos de procedencia y lleva la cuenta total de
visitantes diarios? Pues no; se ve que sobran árboles. Y los apuntes los realiza (¡cómo no!) en una
hoja de papel, en lugar de utilizar una “tablet" u otro dispositivo, que permita el volcado directo de
datos para su procesamiento; si es que se usan para algo.
En fin, se habla de la Alhambra del siglo XXI, de la proyección de futuro, de la sociedad de la
información, de las redes sociales, de las nuevas tecnologías… pero para estos asuntillos, nos
encontramos aún en la burocracia del siglo XIX. Sería muy conveniente repensar la gestión de los
accesos, aprovechando para perfeccionar el modelo y adaptarlo a las nuevas tecnologías; lo que
daría como resultado un cuadro de necesidades diferente del que ha sido utilizado para
dimensionar las previsiones del proyecto.
DIGNIDAD E INTEMPERIE
“La Alhambra necesita una puerta digna (o un
acceso digno)”. Esta frase sin argumentación es la
que más se repite entre los defensores del
proyecto. ¿No les parece suficientemente digno el
recorrido de Plaza Nueva a la Puerta del Vino?... el
paso bajo la Puerta de las Granadas; el recorrido
por la Cuesta de Gomérez y el bosque de la
Alhambra; el paso por el Pilar de Carlos V; la
Puerta de la Justicia; la Puerta del Vino… La frase
constituye una falacia, puesto que la Alhambra ya
tiene un acceso natural, cuya dignidad y calidad
son inigualables.
Es el acceso tradicional, que va produciendo diversas sensaciones en el visitante, a partir de su
paso por el Arco de las Granadas, que refuerza la idea de penetrar en el recinto nazarí. El ascenso
pausado (obligado por la pendiente) que permite un mayor disfrute de los sentidos: la luz y la
penumbra, el rumor del agua y las hojas, el trino de las aves, los aromas de las plantas, la
humedad del bosque, la paz contagiosa de su silencio. Circunstancias que van introduciendo al
paseante en el mundo que está a punto de disfrutar.
El cruce en zig-zag y entre tinieblas de la Puerta de la Justicia, le anticipa que su meta ya está
próxima. Y –por fin- su llegada a los palacios, desde un punto de vista más bajo, con la imagen
imponente de las torres, las murallas y el contundente almohadillado de las fachadas del Palacio
del Emperador. No hay proyecto de Atrio, que sea capaz de superar la dignidad de esta secuencia.
Otra cosa es que, desde que fueron trasladadas las taquillas a la parte posterior de la fortaleza,
este acceso haya sido marginado, otorgando la prioridad al acceso masivo de autobuses;
penalizando así a quienes prefieren seguir utilizando el recorrido tradicional, que somos los
residentes en la ciudad y los forasteros que pasan en ella alguna noche. En efecto, una vez llegado
a la Plaza de los Algibes, el paseante se ve obligado a salir de nuevo de las murallas, continuar
hasta las nuevas taquillas para recoger sus entradas de papel y regresar a su punto de partida, junto a la Puerta del Vino, para dar comienzo a su visita. Con esta absurda interrupción, se pierde
el estado anímico que se había conseguido mediante el ascenso por la ruta tradicional.
En combinación con las medidas de gestión de los accesos antes señaladas, ¿cabría plantear un
acceso no-centralizado, con objeto de no cargar al visitante peatonal con los inconvenientes que
deben sufrir los que acceden en vehículos?. Y quizás también podrían estudiarse medidas de
fomento para la utilización preferente del acceso natural del monumento, de manera que estas
personas que vienen de fuera de Granada, no se viesen privadas del itinerario que acabamos de
describir, y que forma parte indisoluble de la experiencia de vivir la Alhambra.
La segunda frase más repetida, como justificación de la idoneidad de este proyecto, es que “Se
necesita una estructura que proteja a los visitantes, mientras esperan para sacar sus entradas”. En
mi vida escuché una explicación más peregrina. ¿Qué pasa una vez que tienen las entradas?, su
traslado hasta las puertas del Carlos V, o mientras esperan junto al Patio de Machuca, o cuando
atraviesan los sucesivos parterres y espacios abiertos; y la llegada hasta el Generalife y el paseo
por sus jardines. ¿Se tendría que cubrir todo el recorrido? La mayor parte del itinerario (mucho más
tiempo que el de espera) se realiza a descubierto, porque la Alhambra es un monumento al aire
libre y está sujeto a las variaciones de la climatología.
Como referencia de refuerzo de estas afirmaciones, suele utilizarse (una vez más) el ejemplo de la
Acrópolis, pero citando sólo el titular de la información: “en Atenas se ha construido un nuevo
acceso a la Acrópolis”. No es falso, pero dicho sólo así, resulta muy tendencioso. Conozco bien el
caso porque presenté un proyecto al “Concurso internacional para el Nuevo Museo de la Acrópolis”
(1989). Han leído bien, el nuevo museo, ya que el antiguo (en aquella época aún existente) era una
pequeña construcción prismática, ubicada muy próxima al Partenón; pero ni su capacidad, ni sus
condiciones, ni su emplazamiento eran los adecuados.
El objetivo prioritario del concurso consistía en retirar aquella construcción del recinto sagrado y
realizar un museo en condiciones de albergar todos los hallazgos. Reservando incluso una sala
para recibir los Mármoles de Elgin, cuando pudiesen ser rescatados del Museo Británico, donde se
encuentran desde 1939, tras haber sido expoliados por el Lord inglés entre 1801 y 1805. Para la
ubicación del Museo de la Acrópolis fue elegida una manzana en el barrio contiguo, separada por la
avenida Dionisio Areopagita y a una distancia prudencial del perímetro de la Acrópolis.
Como es bien conocido, también la Acrópolis es un monumento al aire libre y sus visitantes están
sometidos a las inclemencias del tiempo, con lo que se mojan o les da el sol, en su trayecto entre el
centro de visitantes y el recinto monumental; y a lo largo de toda la visita. Es más, a pesar de todas
estas innovaciones, se siguen produciendo colas para entrar, de hasta más de una hora, en los
meses punta de afluencia de turismo. Es algo que resulta inevitable, como sucede en otros tipos de
aglomeraciones como son los estrenos de cine, los partidos de fútbol o los conciertos de los Rolling
Stones. Si seguimos el ejemplo heleno, esta oportunidad debería servir para eliminar añadidos
impropios al recinto nazarí, en lugar de incrementar su volumen en el mismo lugar donde hoy se
encuentran las taquillas.
IMPACTO / COMPACTO
Otro concepto arrojadizo empleado en la polémica,
es el impacto. En muchas actuaciones urbanísticas y
en determinadas figuras de planeamiento se exige
un Estudio de Impacto Ambiental, que en este caso
se desconoce si ha sido realizado. Tampoco se ha
hablado de estudios previos del subsuelo, tanto en
sus aspectos geológicos como en los arqueológicos,
que serían imprescindibles para conocer la viabilidad
material de los múltiples soterramientos que el proyecto propone.
¿Produce impacto la construcción del Atrio en su entorno monumental?. Los defensores otorgan un
no rotundo y los detractores un sí tajante. Aunque argumentos no se aportan. Pero existen algunos
indicadores que pueden ayudar a establecer una valoración, aunque no sean métodos exactos.
En primer lugar, es necesario valorar la destrucción que es preciso realizar para llevar a cabo las
obras, que además precisan de excavaciones de gran envergadura. A falta de los datos del
subsuelo mencionados, ya hemos apuntado en el inicio de este texto la destrucción de un
patrimonio vegetal que está protegido por el Plan Director, junto con una importante alteración de la
topografía natural. En segundo lugar hay una cuestión de proximidad, que también ha sido
analizada. Y finalmente el tamaño, respecto del conjunto (ver imagen de la página anterior).
En algunos planos del Atrio se utilizan recursos gráficos para desdibujar los perímetros, mediante
líneas de trazo fino o colores tenues. Pero si se grafía sobre el plano la totalidad de la superficie
ocupada por las construcciones, puede comprobarse que su huella supera con creces la del
Palacio de Carlos V, que es el cuerpo de mayor entidad del conjunto alhambreño.
Por lo que la conclusión más acertada es que sí que se produciría un alto impacto sobre la
situación actual. Y el propio proyecto reconoce esta realidad indiscutible. ¿Por qué se esconde
parte de la edificación bajo rasante? para reducir el volumen emergente. ¿La fragmentación en
terrazas? para semejarse a las construcciones históricas. ¿La profusión vegetal? para ocultar los
muros desnudos. ¿El color de camuflaje? para pasar desapercibida en el entorno. Son recursos y
artilugios que tratan de minimizar la presencia de la obra, mediante un burdo escamoteo
camaleónico.
no rotundo y los detractores un sí tajante. Aunque argumentos no se aportan. Pero existen algunos
indicadores que pueden ayudar a establecer una valoración, aunque no sean métodos exactos.
En primer lugar, es necesario valorar la destrucción que es preciso realizar para llevar a cabo las
obras, que además precisan de excavaciones de gran envergadura. A falta de los datos del
subsuelo mencionados, ya hemos apuntado en el inicio de este texto la destrucción de un
patrimonio vegetal que está protegido por el Plan Director, junto con una importante alteración de la
topografía natural. En segundo lugar hay una cuestión de proximidad, que también ha sido
analizada. Y finalmente el tamaño, respecto del conjunto (ver imagen de la página anterior).
En algunos planos del Atrio se utilizan recursos gráficos para desdibujar los perímetros, mediante
líneas de trazo fino o colores tenues. Pero si se grafía sobre el plano la totalidad de la superficie
ocupada por las construcciones, puede comprobarse que su huella supera con creces la del
Palacio de Carlos V, que es el cuerpo de mayor entidad del conjunto alhambreño.
Por lo que la conclusión más acertada es que sí que se produciría un alto impacto sobre la
situación actual. Y el propio proyecto reconoce esta realidad indiscutible. ¿Por qué se esconde
parte de la edificación bajo rasante? para reducir el volumen emergente. ¿La fragmentación en
terrazas? para semejarse a las construcciones históricas. ¿La profusión vegetal? para ocultar los
muros desnudos. ¿El color de camuflaje? para pasar desapercibida en el entorno. Son recursos y
artilugios que tratan de minimizar la presencia de la obra, mediante un burdo escamoteo
camaleónico.
Pero… ¿se han tenido en cuenta las recomendaciones de las “Cartas del Restauro” (Atenas 1931,
Venecia 1964 y siguientes), que son la doctrina común occidental en el ámbito del patrimonio
cultural y arquitectónico? Éstas aconsejan que las nuevas construcciones sean fácilmente
reconocibles frente a las auténticamente históricas y deberán evitarse las intervenciones miméticas
que induzcan a confusión sobre la autenticidad de las obras.
En este sentido, resultan mucho más honestas y rotundas las propuestas de los dos equipos
sevillanos presentadas al concurso (Guillermo V. Consuegra y Cruz+Ortiz) que apostaron, sin
ambages ni complejos, por las señas de identidad contemporánea que corresponden a la época de
su construcción, en lugar de optar por la vía fácil del eclecticismo mimético.
Desgraciadamente no se ha escuchado
comentario alguno sobre la calidad arquitectónica
del proyecto en sí, más allá de las muestras de
adhesión inquebrantable a toda la obra de Siza. Al
recorrer la exposición y escuchar los juicios de
algunos visitantes, me ha venido a la memoria la
frase de uno de los más grandes historiadores y
críticos de arte del siglo XX: Giulio Carlo Argan,
profesor de la Universidad de Roma, ciudad de la
que fue alcalde en los años 70. Decía que los
arquitectos hacen demasiadas cajas de zapatos. Y
esa es la pobre impresión que transmite la
maqueta de la Puerta Nueva.
La cafetería proyectada semeja una cajita de zapatos sobre una explanada, como un chalet ufano
en su parcela. Está situada en la abertura de un patio encarado al paisaje, al que está
obstaculizando las vistas. También se ha dicho (en defensa de las dotaciones comerciales del
proyecto) que no hay en la Alhambra un sitio para tomar un café mientras se espera. Siempre que
he subido, acompañando a los amigos que visitan la ciudad, hemos tomado un pequeño descanso
en la cafetería del Parador de san Francisco y jamás hemos tenido el menor problema para
encontrar acomodo, ni en el interior, ni en su espléndida terraza; cuyas magníficas vistas son imposibles desde la terraza del nuevo Atrio. ¿Existe realmente tanta demanda?
Otras cajas rectangulares forman el conjunto semienterrado, dejando unas aberturas como patios,
con tamaño y proporciones casi coincidentes con las del Patio de los Leones, suplantando una vez
más las proporciones y los recursos de la arquitectura nazarí. Si los visitantes van a recorrer los
patios auténticos de la Alhambra, ¿para qué se necesitan estas copias desnaturalizadas?
Una última reflexión sobre el concepto “puerta” que forma parte del título del proyecto: “Puerta
Nueva”. El acceso al Atrio se realiza desde la parte superior, recayente a la orientación del
cementerio. Pues bien, lo que el visitante encuentra al aproximarse es un muro ciego, desnudo y
apenas sin huecos, que obliga a rodear un edificio compacto, para ingresar por la parte posterior y
volver a salir por el mismo sitio, haciendo un bucle.
con tamaño y proporciones casi coincidentes con las del Patio de los Leones, suplantando una vez
más las proporciones y los recursos de la arquitectura nazarí. Si los visitantes van a recorrer los
patios auténticos de la Alhambra, ¿para qué se necesitan estas copias desnaturalizadas?
Una última reflexión sobre el concepto “puerta” que forma parte del título del proyecto: “Puerta
Nueva”. El acceso al Atrio se realiza desde la parte superior, recayente a la orientación del
cementerio. Pues bien, lo que el visitante encuentra al aproximarse es un muro ciego, desnudo y
apenas sin huecos, que obliga a rodear un edificio compacto, para ingresar por la parte posterior y
volver a salir por el mismo sitio, haciendo un bucle.
REPRESENTACIÓN INFOGRÁFICA EN LA WEB DEL PROYECTO “PUERTA NUEVA”
¿Dónde está la Puerta Nueva? No existe un recorrido que atraviese la supuesta puerta, con esa
sensación de penetrar en el recinto, como se produce en el Arco de las Granadas, o en la Puerta
de la Justicia (comentadas al principio), o en los Propileos de la Acrópolis o en la plaza de San
Pedro de Roma. Lo que evidencia el ensimismamiento del proyecto y la falta de coherencia
semántica del diseño.
PRESUPUESTO MULTIPLICADO
Las Bases del concurso obligaban a la presentación de un presupuesto completo, incluyendo hasta
el mobiliario y el equipamiento. En el momento de la adjudicación del concurso, el diario El País
(24-2-2011) informaba de un presupuesto de 11 millones de euros. Si, entre esa fecha y la
actualidad, se entiende que no se han introducido modificaciones en el proyecto, ¿cómo se han
convertido ahora en 45 millones de euros?
Para justificar el elevado presupuesto del Atrio, se ha esgrimido la comparación de su costo con el
del Museo de Atenas. Los 129 millones de euros que se emplearon en la construcción del museo
griego, corresponden a una construcción de casi 15.000 m2, (triple que el Atrio) con instalaciones
museográficas mucho más complejas que las de un simple centro de acogida, incluyendo además
el tratamiento especial de los hallazgos arqueológicos encontrados en las excavaciones.
En esa cantidad también están comprendidas las expropiaciones de viviendas que hubo que
realizar, para conseguir la propiedad de la manzana completa, gasto que en el Atrio no se produce.
Por último, el proyecto supone enterrar centenares de metros cúbicos de hormigón, ejecutados con
dinero público, en una época en que muchas familias son expulsadas de sus casas de ladrillo. ¿Se
considera que es la mejor oportunidad para acometer este proyecto? ¿No podría aguardarse un
periodo prudencial para su ejecución, aprovechando ese plazo para subsanar todas las deficiencias
y centrar los objetivos del proyecto? Si se han esperado varios años ¿por qué ahora esta urgencia?
EXPOSICIÓN Y OPINIÓN
Si se me permite una modesta recomendación: no se dejen influenciar por el victimismo municipal
(“¡dame argo!, dos euros p’al Albaicín”), ni se dejen apabullar por las descalificaciones (catetos,
incultos, ignorantes, retrógrados) que la progresía ilustrada dispensa a quienes no opinan igual que
su selecto grupo. Tampoco se dejen llevar emocionalmente por los comentarios que han leído en
estas páginas.
Visiten la exposición del palacio de Carlos V; contemplen los dibujos y los planos con sus propios
ojos y hagan un pequeño esfuerzo por comprenderlos. Recorran las maquetas con su imaginación,
intentando evocar las sensaciones que experimentarían en la realidad construida. Escuchen (¡con
paciencia!) los elogiosos discursos de los plasmas. Relájense con la lectura de los poéticos textos
que adornan las paredes y con los del folleto que les entregarán a su llegada.
No dejen de recorrer el lugar elegido para la implantación del Atrio, con sus árboles y sus taquillas
actuales. Visualicen mentalmente el resultado y extraigan sus propias conclusiones. No consientan
que los tomen por idiotas.
(“¡dame argo!, dos euros p’al Albaicín”), ni se dejen apabullar por las descalificaciones (catetos,
incultos, ignorantes, retrógrados) que la progresía ilustrada dispensa a quienes no opinan igual que
su selecto grupo. Tampoco se dejen llevar emocionalmente por los comentarios que han leído en
estas páginas.
Visiten la exposición del palacio de Carlos V; contemplen los dibujos y los planos con sus propios
ojos y hagan un pequeño esfuerzo por comprenderlos. Recorran las maquetas con su imaginación,
intentando evocar las sensaciones que experimentarían en la realidad construida. Escuchen (¡con
paciencia!) los elogiosos discursos de los plasmas. Relájense con la lectura de los poéticos textos
que adornan las paredes y con los del folleto que les entregarán a su llegada.
No dejen de recorrer el lugar elegido para la implantación del Atrio, con sus árboles y sus taquillas
actuales. Visualicen mentalmente el resultado y extraigan sus propias conclusiones. No consientan
que los tomen por idiotas.
“Dale limosna mujer / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada”
Granada, Marzo de 2015
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