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28.1.20

Aquí está la relación de bienes que protege la declaración de BIC del Valle del Darro. 18 de abril 2016 Boletín Oficial de la Junta de Andalucía Núm. 72 página 49 Resolución de 6 de abril de 2016, de la Dirección General de Bienes Culturales y Museos, por la que se incoa el procedimiento para la inscripción en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, con la tipología de Zona Patrimonial, del Valle del Darro, en los términos municipales de Beas de Granada, Granada y Huétor Santillán (Granada).

Resolución de 6 de abril de 2016, de la Dirección General 

de Bienes Culturales y Museos, por la que se incoa el procedimiento 

para la inscripción en el Catálogo General del Patrimonio 

Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural, con la tipología de Zona Patrimonial, del Valle del Darro, 

en los términos municipales de Beas de Granada, Granada 

y Huétor Santillán (Granada).

El Hotel Reuma es un Bien de Interés Cultural 


IV. Delimitación del Bien.

El objetivo de la delimitación de la zona patrimonial ha sido identificar un ámbito coherente y continuo que albergue de manera unitaria el conjunto de elementos patrimoniales que conforman el BIC, en el que la idea del territorio como paisaje cultural se convierte en el argumento que justifica la delimitación y la protección de esta realidad patrimonial.

Desde esta perspectiva, el sistema hidráulico configurado en torno al río Darro ejerce como eje vertebrador que determina la distribución y organización espacial de muchos de los elementos patrimoniales, en especial la red de acequias y resto de infraestructuras vinculadas al uso del agua.

La unidad fisiográfica que configura este sistema es indisociable desde el punto de vista patrimonial, configurando una única unidad territorial, cuya lectura es comprensible a través del río, desde su nacimiento hasta su desaparición en el casco urbano. Esta unidad territorial integra de forma armónica el conjunto de elementos patrimoniales individualizados, que cobran valor al considerarlos insertos en un mismo paisaje y en un sistema compartido de ocupación y explotación.
Ello lleva a definir un área que abarca el cauce del río y su ribera, desde su nacimiento, en la sierra de Huétor Santillán, hasta su embovedado, en su encuentro con la ciudad de Granada. A partir de este eje la delimitación se extiende de forma armónica, adaptándose a la unidad territorial del propio valle y la localización de los bienes patrimoniales individualizados. Tal es el caso de las laderas de solana de Jesús del Valle y de Valparaíso sobre la que se asienta el barrio del Sacromonte, o los terrenos de la umbría, que coinciden con la fuerte pendiente que desciende hacia el río desde el cerro del Sol y el monte de la Dehesa, y que sustentan las canalizaciones históricas de la Acequia Real.
Por su relación funcional con el Darro a través de la red de acequias, se incorpora igualmente la Dehesa del Generalife, relieve que se extiende al este de la Alhambra en forma de colina de cumbre plana, y donde se localizan elementos culturales de gran significación como Dar al-Arusa y la Silla del Moro, haciéndose extensiva la protección por la zona sur a determinados inmuebles que han aprovechado históricamente las aguas del Darro.
La delimitación de la Zona Patrimonial engloba asimismo los terrenos irrigados por los principales afluentes del Darro en sus cabeceras, como son los arroyos de Beas y de Belén.
Otros elementos patrimoniales como la red de caminos históricos, los asentamientos arqueológicos o los inmuebles vinculados a la ocupación y explotación del territorio (cortijos, casas cueva, caleras, eras, etc.) conforman otro conjunto de variables que han determinado la delimitación de la zona a proteger como BIC:
La zona así delimitada permite dar respuesta a la necesidad de proteger el alto valor paisajístico del Bien, uno de los valores claves en que se fundamenta su declaración. El actual paisaje del Valle del Darro es fruto de la interacción secular entre el ser humano y el medio, testimonio de unas formas de asentamiento y sistemas de explotación de los recursos naturales que transforma paulatinamente el territorio para hacerlo productivo y habitable, a la vez que generan elementos paisajísticos reconocibles y perceptibles. A esto se añaden los valores ambientales del valle y su particular morfología, elementos que al integrarse generan perspectivas visuales de alta calidad.
La delimitación obtenida se ajusta a la figura poligonal, formada a partir de vértices identificados mediantes coordenadas UT en datum ETRS89 huso 30 N, que se plasma en la cartografía que se anexa a esta Resolución.
V. Sectorización de la Zona Patrimonial.
La gran extensión territorial de la Zona Patrimonial hace que dentro del ámbito protegido existan áreas claramente identificables. Atendiendo a las características patrimoniales, fisiográficas y territoriales pueden diferenciarse una serie de sectores, que se describen a continuación. Estos sectores no tienen la consideración de áreas homogéneas a los efectos de los artículos 30.3 y 40 de la LPHA y se definen con la finalidad de facilitar la caracterización de la zona y la localización de cada uno de los bienes protegidos individualmente.
Los sectores que pueden identificarse dentro del ámbito de la Zona Patrimonial son los siguientes:
- Sector A. Cabeceras del Darro: corresponde con el tramo del río desde la fuente de los Porqueros hasta la confluencia con el río de Beas.
- Sector B. Arroyos de Beas y Belén: tramo de río comprendido entre la confluencia del río Beas y el punto de encuentro del Barranco de Belén, a la altura de la Presa Real; comprende los terrenos irrigados por estos cauces, así como las lomas de Buena Vista y las masas boscosas del Alto de las Tres Torres.
-Sector C. Jesús del Valle: comprende los terrenos de fondo de valle en torno a la Hacienda, entre la Presa Real y el barranco del Teatino, ampliándose la protección a las laderas de solana de las lomas del Hospicio y Buenavista, y la umbría de Buenavista y Jesús del Valle.
- Sector D. Valparaíso-Sacromonte: tramo del cauce de carácter periurbano que recorre los arrabales de la ciudad, entre el barranco del Teatino y el puente del Rey Chico. El ámbito remonta por las laderas de solana del barrio del Sacromonte, englobando los cerros de Monte Jate y San Miguel.
- Sector E. Dehesa del Generalife: terrenos adscritos en su mayoría al monte público de la Dehesa del Generalife, además de los terrenos del Cerro del Sol y El Hoyo de la Campana.
- Sector F. Darro Monumental: tramo del río de carácter estrictamente urbano que recorre la ciudad, entre las colinas de la Sabika y del Albaicín, desde el puente de del Rey Chico hasta el embovedado de la plaza de Santa Ana.
- Sector G. Darro palatino: sector definido por el BIC Alhambra -Generalife y el borde urbano de su entorno inmediato.
















15.10.19

LEYENDA DEL ASTRÓLOGO ÁRABE, Washington Irving

Plataforma de Vico
Cuentos de la Alhambra [PDF]
Plano Geográfico del Reino de Granada en 1439 (ca. 1871)

En tiempos antiguos, hace ya muchos siglos, había un rey moro llamado Aben-
Habuz, que gobernaba el reino de Granada. Era un guerrillero ya retirado, es decir que,
habiendo llevado en sus días juveniles una vida continuadamente entregada al pillaje y a
la pelea, por haberse hecho débil y achacoso, anhelaba ya tan sólo la quietud y deseaba
a toda costa vivir en paz con sus enemigos, durmiendo sobre los laureles y gozando
tranquilamente la posesión de los Estados que había usurpado a sus vecinos.
Sucedió, sin embargo, que este razonable, pacífico y viejo monarca tuvo, a pesar
suyo, que luchar con algunos jóvenes príncipes, ansiosos de pelear y alcanzar renombre,
y enteramente dispuestos a pedirle estrecha cuenta de sus usurpaciones. Ciertos
territorios lejanos del reino, a los cuales trató cruelmente en los días de su mayor
pujanza, se sintieron fuertes y con ánimos para sublevarse cuando le vieron achacoso,
amenazando atacarle dentro de su misma capital. Viéndose, pues, rodeado de
descontentos, y con el grave inconveniente de la posición topográfica de Granada,
circundada de agrestes y escabrosas montañas que ocultan la aproximación de los
enemigos, el infortunado Aben-Habuz vivió constantemente alarmado y vigilante, sin
saber por qué lado se romperían las hostilidades.
De nada sirvió el que levantase atalayas en las montañas y acantonara guardias en
todos los pasos, con órdenes terminantes de encender hogueras de noche y levantar
humaredas de día si veían aproximarse algún enemigo; pues sus astutos contrarios,
burlando todas estas precauciones, solían asomarse por algún oculto desfiladero, y
asolaban el país en las mismas barbas del monarca, retirándose después cargados de prisioneros y de botín a las montañas. ¿Hubo nunca conquistador ya retirado y pacífico
que se viese como él reducido a tan dura condición?
Cuando Aben-Habuz se hallaba contristado por estos tormentos y molestias llegó a su
corte un antiguo médico árabe, cuya nevada barba le llegaba a la cintura; pero el cual, a
pesar de sus señales evidentes de larga longevidad, había ido peregrinando a pie desde
Egipto hasta Granada, sin otra ayuda que su báculo cubierto de jeroglíficos. Venía
precedido de la aureola de la fama: se llamaba Ibrahim Eben Abu Ajib y se le creía
contemporáneo de Mahoma, pues era hijo de Abu Ajib, el último compañero del
profeta. Cuando niño, siguió al ejército conquistador de Amrou al Egipto, y en aquel
país habitó durante muchos años, estudiando las ciencias ocultas, y en particular la
magia, con los sacerdotes egipcios.
Se decía también que había encontrado el secreto de prolongar la vida, y que por este
medio había llegado a la larga edad de más de dos siglos; pero como no descubrió este
secreto hasta muy entrado en años, sólo consiguió perpetuar sus canas y sus arrugas.
Este extraordinario anciano fue bien recibido del monarca, el cual, como la mayor
parte de los reyes octogenarios, comenzó a hacer a los médicos sus favoritos. Quiso
instalarlo en su palacio, pero el astrólogo prefirió una cueva que había en la falda de la
colina que dominaba a Granada, y que es la misma sobre la cual se halla la Alhambra.
Hizo ensanchar la caverna de tal modo que formaba un espacioso y vasto salón, con un
agujero circular en el techo, que parecía un pozo, por el cual miraba el firmamento y
observaba las estrellas, aun en medio del día. También cubrió las paredes del salón con
jeroglíficos egipcios, símbolos cabalísticos y figuras de estrellas con sus constelaciones,
y proveyó su vivienda de instrumentos fabricados bajo su dirección por los más hábiles
artistas de Granada, pero cuyas ocultas propiedades eran de él solamente conocidas.
En muy poco tiempo llegó a ser el sabio Ibrahim el consejero favorito del rey, el cual
le consultaba cuando se veía en alguna tribulación. Estando una vez Aben-Habuz
lamentando la injusticia de sus convecinos y quejándose de la perpetua vigilancia que se
veía obligado a observar para guardarse de sus invasiones, el astrólogo, luego que aquél
concluyó de hablar, permaneció un rato en silencio, y le dijo después:
-Sabe, ¡oh rey!, que cuando yo estaba en Egipto vi una gran maravilla inventada por
una sacerdotisa pagana de la antigüedad. En una montaña que domina la ciudad de
Borsa, y mirando al gran valle del Nilo, había una figura que representaba un carnero y
encima de él un gallo, ambos fundidos en bronce y dispuestos de manera que giraban
sobre un eje. Cuando el país estaba amenazado por alguna invasión, el carnero señalaba
en dirección del enemigo y el gallo cantaba, y de este modo presentían el peligro los
habitantes de la ciudad y conocían la dirección de donde venía, pudiendo prepararse con
tiempo para defenderse.
-¡Gran Dios! -exclamó el atribulado Aben-Habuz-. ¡Qué tesoro sería para mí un
carnero semejante, que me hiciese la misma señal en medio de esas montañas que me
rodean, y un gallo como aquel que cantase cuando se acercara el peligro! ¡Allah Akbar¡
¡Y qué tranquilo dormiría en mi palacio con tales centinelas en lo alto de mi torre!
El astrólogo esperó por un momento a que concluyese sus exclamaciones el rey, y
continuó:
-Después de que el virtuoso Amrou (¡cuyos restos descansen en paz!) concluyó la
conquista de Egipto, permanecí algún tiempo entré los ancianos sacerdotes de aquel
país, estudiando los ritos y ceremonias de aquellos idólatras, procurando instruirme en
las ciencias ocultas, por cuyo conocimiento alcanzaron aquéllos tanto renombre.
Estando sentado cierto día a orillas del Nilo conversando con un venerable sacerdote,
me señaló las enormes pirámides que se levantan como montañas en medio del desierto:
"Todo lo que te podemos enseñar -me dijo- no es nada comparado con la ciencia que se
encierra en esas portentosas edificaciones. En el centro de la pirámide que está en medio
hay una cámara mortuoria en la que se conserva la momia del Gran Sacerdote que
contribuyó a levantar esta estupenda construcción, y con él está enterrado el maravilloso
Libro de la Sabiduría, que contiene todos los secretos del arte mágico. Este libro le fue
dado a Adán después de su caída, y se ha ido heredando generación tras generación
hasta el sabio rey Salomón, quien, con su ayuda, construyó el templo de Jerusalén.
Cómo vino a poder del que construyó las pirámides, solamente lo sabe Aquel para quien
no existen secretos". Cuando oí estas palabras de labios del sacerdote egipcio mi
corazón ardió en deseos de poseer tal libro. Como disponía de un gran número de
soldados de nuestro ejército conquistador y de bastantes egipcios, comencé a agujerear
la sólida masa de la pirámide, hasta que, después de mucho trabajar, encontré uno de sus
pasadizos interiores, siguiendo el cual, e internándome en un confuso laberinto, llegué
al corazón de la pirámide, a la misma cámara sepulcral donde yacía desde muchos
siglos atrás la momia del Gran Sacerdote. Rompí la caja exterior que lo guardaba, deslié
sus muchas fajas y vendajes, y por fin encontré en su seno el precioso libro. Lo cogí con
mano trémula y salí presuroso de la pirámide, dejando la momia en su oscuro y
tenebroso sepulcro, aguardando allí el día de la resurrección y juicio final.
-¡Hijo de Abu Ajib! -exclamó Aben-Habuz-, tú eres un gran viajero y has visto cosas
maravillosas. Pero ¿de qué me sirve, ¡triste de mí!, el Libro de la Sabiduría del sabio
Salomón?
-Vas a saberlo, ¡oh rey! Con el estudio que hice de este libro me instruí en todas las
artes mágicas, y cuento con la ayuda de un genio para llevar a cabo mis planes. El
misterio del talismán de Borsa me es tan conocido, que puedo hacer uno como aquél, y
aun con más grandes virtudes.
-¡Oh sabio hijo de Abu Ajib! -prorrumpió Aben-Habuz-. Más falta me hace ese
talismán que todas las atalayas de las montañas y los centinelas de las fronteras. Dame
tal salvaguardia y dispón de todas las riquezas de mi tesorería.
El astrólogo se puso inmediatamente a trabajar para satisfacer cumplidamente los
deseos del monarca. Levantó una gran torre en lo más alto del palacio real (que estaba
entonces situado en la colina del Albaicín), construida con piedras del Egipto, y
extraídas -según se cuenta- de una de las pirámides. En lo alto de la torre había una sala
circular con ventanas que miraban a todos los puntos del cuadrante, y delante de cada
una de éstas colocó unas mesas sobre las cuales se hallaban formados, lo mismo que en
un tablero de ajedrez, pequeños ejércitos de caballería e infantería tallados en madera,
con la figura del soberano que gobernaba en aquella dirección. En cada una de estas
mesas había una pequeña lanza del tamaño de un punzón, y en ellas, grabados, ciertos
caracteres caldeos. Este salón estaba siempre cerrado con una puerta de bronce, cuya
cerradura era de acero, y la llave la guardaba constantemente el rey.
En la parte más alta de la torre colocó una figura de bronce representando a un moro
a caballo que giraba sobre un eje, con su escudo en el brazo y su lanza elevada
perpendicularmente. La cara de este jinete miraba hacia la ciudad, como si la estuviese
custodiando; pero, si se aproximaba algún enemigo, la figura señalaba en aquella
dirección y blandía la lanza en ademán de acometer.
Cuando el talismán estuvo concluido del todo, Aben-Habuz se impacientaba por
experimentar sus virtudes, y deseaba tanto una invasión como antes suspiraba por la
tranquilidad. Sus deseos se vieron satisfechos bien pronto, pues cierta mañana temprano
el centinela que guardaba la torre trajo la noticia de que el jinete de bronce señalaba
hacia la Sierra de Elvira y que su lanza apuntaba directamente hacia el Paso de Lope.
-¡Que las tropas y tambores toquen a las armas y que toda Granada se ponga a la
defensiva! -dijo Aben-Habuz. ¡Oh rey! -le contestó el astrólogo-. No alarmes a tu ciudad ni pongas a tus guerreros
sobre las armas, pues no necesito de ninguna fuerza para librarte de tus enemigos.
Manda que se retiren tus servidores y subamos solos al salón secreto de la torre.
El anciano Aben-Habuz subió la escalera apoyándose en el brazo del centenario
lbrahim Eben Abu Ajib, y abriendo la puerta de bronce penetraron dentro. La ventana
que miraba hacia el Paso de Lope estaba abierta.
-Hacia aquella dirección -dijo el astrólogo- está el peligro; acércate, ¡oh rey!, y
observa el misterio de la mesa.
El rey Aben-Habuz se acercó a lo que parecía un tablero de ajedrez con figuras de
madera, y con gran sorpresa suya vio que todas ellas estaban en movimiento: los
caballos se espantaban y encabritaban, los guerreros blandían sus armas, y se oía el
débil sonido de tambores y trompetas, el choque de armas y el relincho de corceles, pero
todo tan apenas perceptible como el zumbido de las abejas o el ruido de los mosquitos
al oído del que duerme en el verano tendido a la sombra de un árbol en las horas de
calor.
-He aquí, ¡oh rey! -dijo el astrólogo-, la prueba de que tus enemigos están todavía en
el campo. Deben estar atravesando aquellas montañas por el Paso de Lope. Si quieres
llevar el pánico y la confusión entre ellos y obligarlos a que se retiren sin efusión de
sangre, golpea estas figuras con el asta de esta lanza mágica; pero si quieres que haya
sangre y carnicería, hiéreles con la punta.
El rostro del pacífico Aben-Habuz se cubrió con un tinte lívido, y, tomando la
pequeña lanza con mano temblorosa, se acercó vacilando a la mesa, mostrando con su
barba trémula su estado de exaltación:
-¡Hijo de Abu Ajib! -exclamó-, creo que va a haber alguna sangre.
Así diciendo, hirió con la lanza mágica algunas de las diminutas figuras y tocó a otras
con el asta, con lo cual unas cayeron como muertas sobre la mesa, y las demás,
volviéndose las unas contra las otras, trabaron una confusa pelea, cuyo resultado fue
igual por ambas partes.
Costó no poco trabajo al astrólogo el contener la mano de aquel monarca pacífico y
oponerse a que exterminase completamente a sus enemigos; por último, pudo conseguir
el que se retirase de la torre y que enviase avanzadas por el Paso de Lope.
Volvieron aquéllas con la noticia de que un ejército cristiano se había internado por el
corazón de la sierra casi hasta Granada, y que había habido entre ellos una
desavenencia, haciendo repentinamente armas unos contra los otros, hasta que, después
de una gran carnicería, se retiraron a sus fronteras.
Aben-Habuz enloqueció de alegría al ver la eficacia de su talismán.
-Al fin -dijo- podré gozar de una vida tranquila, y tendré a todos mis enemigos bajo
mi poder. ¡Oh sabio hijo de Abu Ajib! ¿Qué podré otorgarte en premio de una cosa tan
maravillosa?
-Las necesidades de un anciano y un filósofo, ¡oh rey!, son escasas y bien sencillas;
solamente deseo que me proporciones los medios, y con esto sólo me contento, para que
pueda poner habitable mi cueva.
-¡Cuán noble es la templanza del verdadero sabio! -exclamó Aben-Habuz,
regocijándose interiormente por tan exigua recompensa.
Llamó, pues, a su tesorero, y le dio orden de entregar a Ibrahim las cantidades
necesarias para arreglar y amueblar su cueva
El astrólogo dispuso que abriesen otras varias habitaciones en la roca viva, de modo
que formasen piezas contiguas con el salón astrológico, y las decoró y amuebló después
con lujosas otomanas y divanes, haciendo cubrir las paredes con ricos tapices de seda de
Damasco. Yo soy viejo -decía-, y no puedo por más tiempo descansar en un lecho de piedra, y
estas húmedas paredes necesitan el que se tapicen.
También se hizo construir baños, con toda clase de perfumes y aceites aromáticos.
-El baño -añadía- es necesario para contrarrestar la rigidez de la edad y devolver al
organismo la frescura y flexibilidad que perdió con el estudio.
Mandó colgar por todas las habitaciones infinidad de lámparas de plata y cristal, en
las que ardía cierto aceite odorífero preparado con una receta que también encontró en
los sepulcros de Egipto. Este aceite era perpetuo y esparcía un resplandor tan dulce
como la templada luz del día.
"Los rayos del sol -pensaba el astrólogo- son demasiado abrasadores y fuertes para
los ojos de un anciano, y la luz de una lámpara es más a propósito para los estudios de
un filósofo."
El tesorero del rey Aben-Habuz se lamentaba de las grandes cantidades que se le
pedían diariamente para amueblar aquella vivienda, y, por último, elevó al rey sus
quejas; pero como la palabra real estaba empeñada, se encogió el monarca de hombros,
y le dijo:
-No hay más que tener paciencia; este viejo tiene el capricho de habitar en un retiro
filosófico como el, interior de las pirámides y las vastas ruinas de Egipto; pero todo
tiene su fin en el mundo, y también lo tendrá la decoración de su vivienda.
El rey tenía razón: la vivienda quedó por fin concluida, formando un suntuoso palacio
subterráneo.
-Ya estoy contento -dijo Ibrahim Eben Abu Ajib al tesorero- ahora voy a encerrarme
en mi celda para consagrar todo el tiempo al estudio. No deseo ya nada más que una
pequeña bagatela para distraerme en los intermedios del trabajo mental.
-¡Oh sabio Ibrahim! Pide lo que quieras, pues tengo orden de proveerte de todo lo que
necesites en tu soledad.
-Me agradaría tener -dijo el filósofo- algunas bailarinas.
-¡Bailarinas!... -exclamó sorprendido el tesorero.
-Sí, bailarinas -replicó gravemente el sabio- con unas pocas hay bastante, porque soy
viejo, filósofo de costumbres sencillas y hombre contentadizo; pero que sean jóvenes y
hermosas, para que pueda recrearme en ellas, pues mirando la juventud y la hermosura
se reanima la vejez.
Mientras el filósofo Ibrahim Eben Abu Ajib pasaba la vida hecho un sabio en su
vivienda, el pacífico Aben-Habuz libraba prodigiosas campañas simuladas desde su
torre. Era muy cómodo para el pacífico anciano el guerrear sin salir de su palacio,
entreteniéndose en destruir ejércitos como si fueran enjambres de mosquitos.
Durante mucho tiempo dio rienda suelta a su placer y aun escarneció e insultó con
mucha frecuencia a sus enemigos para obligarles a que le atacasen; pero aquéllos se
hicieron poco a poco prudentes por los continuos descalabros que sufrían, hasta que al
fin ninguno se aventuraba a invadir sus territorios. Por espacio de muchos meses
permaneció la figura ecuestre de bronce indicando paz y con su lanza elevada a los
aires, tanto que el buen anciano monarca comenzó a echar de menos su favorita
distracción, agriándose su carácter con la monótona tranquilidad.
Al fin, cierto día el guerrero mágico giró de repente, y, bajando su lanza, señaló hacia
las montañas de Guadix. Aben-Habuz subió precipitadamente a su torre, pero la mesa
mágica, que estaba en aquella dirección, permanecía quieta y no se movía ni un solo
guerrero. Sorprendido por este detalle, envió un destacamento de caballería a recorrer
las montañas y registrarlas minuciosamente, de cuya comisión volvieron los
exploradores a los tres días. Hemos registrado todos los pasos de las montañas -le dijeron-, pero no hemos
encontrado ni lanzas ni corazas. Todo lo que hemos encontrado durante nuestra
exploración ha sido una joven cristiana de singular hermosura, que dormía a la caída de
la tarde junto a una fuente, y a la que hemos traído cautiva.
-¡Una joven de singular hermosura! -exclamó Aben-Habuz con los ojos chispeantes
de júbilo.- ¡Que la conduzcan a mi presencia!
La hermosa joven le fue presentada; iba vestida con el lujo y adorno que se usaba
entre los hispanogóticos en el tiempo de las conquistas de los árabes; las negras trenzas
de sus cabellos estaban entretejidas con sartas de riquísimas perlas, luciendo en su frente
joyas que rivalizaban con la hermosura de sus ojos, pendiendo de su cuello una cadena
de oro que terminaba en una lira de plata.
El brillo de sus negros y refulgentes ojos fueron chispas de fuego para el viejo Aben-
Habuz, cuyo corazón era aún susceptible de enardecerse. La gentileza de aquel talle le
hizo perder el seso, y, frenético y fuera de sí, le preguntó:
-¡Oh hermosísima mujer! ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
-Soy hija de un príncipe cristiano, dueño y señor ayer de su reino y hoy reducido al
cautiverio después de haber sido sus ejércitos aniquilados como por arte mágica.
-Cuidado, ¡oh rey! -dijo interrumpiéndola Ibrahim Eben Abu Ajib-, que esta joven
parece ser una de esas hechiceras del norte, de que todos tenemos noticias, que suelen
tomar formas seductoras para engañar a los incautos. Me parece que adivino sus
maleficios en los ojos y en sus ademanes; éste es, sin duda, el enemigo que indicaba el
talismán.
-¡Hijo de Abu Ajib -replicó el rey-, tú serás muy sabio y muy previsor en todo lo que
me ocurra; no lo niego; pero no eres muy experto en asuntos de mujeres! En esa ciencia
me las apuesto con todo el mundo, aun con el sapientísimo rey Salomón con todas sus
mujeres y concubinas. Respecto a esta joven, no veo en ella nada maléfico: es hermosa
en verdad y mis ojos encuentran suma complacencia recreándose en sus encantos.
-Escucha, ¡oh rey! -le dijo el astrólogo-: te he proporcionado muchas victorias por
medio de mi mágico talismán, pero nunca he participado del botín; dame, pues, en
buena hora esa cautiva para que me distraiga en mi soledad pulsando la lira de plata. Si
es (como sospecho) una hechicera, yo le proporcionaré un antídoto contra sus
maleficios.
-¡Cómo!... ¿Más mujeres? -le contestó Aben-Habuz-. ¿No tienes ya bastantes
bailarinas para que te diviertan?
-Sí; tengo bastantes bailarinas, es cierto; pero no tengo ninguna cantora. Me agradaría
tener mis ratos de música, que me solazasen e hiciesen descansar mi imaginación
cuando está fatigada por el estudio.
-¡Vete al diablo con tus peticiones! -exclamó el rey, agotada ya su paciencia-. Esta
joven la tengo destinada para mí. Siento tanto deleite con ella como David, padre del
sabio Salomón, con la compañía de Abisag la sulamita.
Los reiterados ruegos e insistencias del astrólogo agriaron más la terminante negativa
del monarca, separándose ambos muy despechados. El sabio se retiró a su cueva para
devorar el desaire, no sin que antes de irse le aconsejara repetidas veces al rey que no se
fiase de su peligrosa cautiva; pero ¿dónde se ha visto viejo enamorado que oiga
consejos? Aben-Habuz dio rienda suelta a su pasión, y todos sus cuidados consistían en
hacerse amable a los ojos de la gótica beldad; y, aunque no tenía juventud que le hiciese
simpático, era poderoso, y los amantes viejos son generalmente generosos. Revolvió el
Zacatín de Granada comprando los más preciados productos orientales: sedas, alhajas,
piedras preciosas, exquisitos perfumes, cuanto el Asia y el África producen de
espléndido y rico, otro tanto le regaló a la hermosa cautiva. También inventó mil clases de espectáculos y festines para divertirla: conciertos, bailes, torneos, corridas de toros;
Granada en aquella época ofrecía una perpetua diversión. La princesa cristiana miraba
todo este esplendor sin asombrarse, como si estuviese acostumbrada a la pompa y
magnificencia y recibía todos los obsequios como un homenaje debido a su rango, o
más bien a su hermosura, pues estaba más pagada de su belleza que de su elevada
posición. Había más: parecía complacerse secretamente en incitar al monarca a que
hiciese dispendios que mermasen su tesoro, estimando su extravagante generosidad
como la cosa más baladí del mundo. A pesar de la constancia y esplendidez del viejo
amante, nunca pudo éste vanagloriarse de haber interesado su corazón; y si bien ella
jamás le puso mal semblante, tampoco le sonreía, y cuando él le declaraba su amorosa
pasión, ella le correspondía tocando su lira de plata. Había, sin duda alguna, cierta
magia en los acordes de aquella lira, pues instantáneamente producían un efecto letal en
el anciano; un sopor irresistible se empezaba a apoderar de él, y concluía por quedar
sumido en él profundamente; mas cuando despertaba, se encontraba
extraordinariamente ágil y curado para tiempo de sus amores. Esto le contrariaba
sobremanera, aunque sus letargos iban acompañados de plácidos ensueños, pues sus
sentidos se iban embotando; y, por otro lado, mientras el regio amante pasaba todos los
días en este estado de estupor e imbecilidad, en Granada se censuraban sus chocheces,
creciendo cada día más las quejas y rumores del pueblo por las prodigalidades y
despilfarros que le costaban las fatales canciones de aquella favorita.
Entretanto, los peligros arreciaban, y contra ellos el famoso talismán llegó a ser
ineficaz. Estalló una insurrección en la misma capital; el palacio de Aben-Habuz fue
asediado por la muchedumbre armada, resuelta a atentar contra su vida y contra la de la
funesta cristiana favorecida. El apagado espíritu guerrero renació súbitamente en el
pecho del monarca, y poniéndose a la cabeza de sus guardias, hizo una salida y dispersó
briosamente a los insurrectos, con lo que ahogó la sublevación en su origen.
Cuando se restableció la calma, buscó al astrólogo, que aún continuaba retraído en su
cueva, devorando el amargo recuerdo de su negativa.
Aben-Habuz se le acercó en tono conciliador y le dijo:
-¡Oh sabio hijo de Abu Ajib! Bien me anunciaste los peligros de la bella cautiva;
dime, tú que evitas el peligro con tanta facilidad, qué debo hacer para librarme de él en
adelante.
-Abandona inmediatamente a la joven infiel, que es la causa de todo.
-¡Antes dejaría mi reino! -dijo con firmeza Aben-Habuz.
-Estás en peligro de perder lo uno y lo otro -le replicó el astrólogo.
-No seas duro y desconfiado, ¡oh profundísimo filósofo! Considera la doble aflicción
de un monarca y un amante, y excogita algún medio para librarme de los desastres que
me amenazan. Nada me importa ya la grandeza ni el poder; solamente anhelo el
descanso, y quisiera encontrar algún tranquilo retiro donde huyera del mundo, de los
cuidados, de las pompas y desengaños, y donde dedicara mis últimos días a la
tranquilidad y al amor.
El astrólogo lo miró por unos momentos, frunciendo sus pobladas cejas.
-¿Y qué me darías si te proporcionara el retiro que deseas?
-Tú mismo elegirás la recompensa y, si está en mi mano, la tienes concedida por
quien soy.
-¿Has oído, ¡oh rey!, hablar alguna vez del jardín del Irán, admiración de la Arabia
feliz?
-He oído hablar de ese jardín, que se cita en el Corán en el capítulo titulado "La
aurora del día". He oído también contar cosas maravillosas de ese jardín a los peregrinos que vienen de La Meca; pero las creo fabulosas como muchas de las que cuentan los
viajeros que han visitado remotos países.
-No desacredites, ¡oh rey!, las narraciones de los viajeros -dijo gravemente el
astrólogo -, porque encierran preciosos conocimientos traídos desde los confines de la
tierra. Todo cuanto se dice del palacio y del jardín del Irán es cierto; yo mismo lo he
visto con mis propios ojos. Escucha lo que a mí me sucedió, que en ello encontrarás
cosa parecida a la que tú deseas.
"En mi juventud, cuando yo no era más que un pobre árabe errante del desierto,
cuidaba de los camellos de mi padre. Atravesando cierto día el desierto de Aden, uno de
ellos se me separó de la caravana y se perdió. Yo lo busqué durante algunos días, pero
todo fue inútil, hasta que, ya rendido, me tendí una tarde bajo una palmera, junto a un
pozo ya casi del todo seco. Cuando desperté me encontré a las puertas de una ciudad;
entré en ella y vi que había suntuosas calles, plazas y mercados; pero todo en silencio y
sin habitantes. Anduve errante hasta que descubrí un suntuoso palacio, y en él un jardín
adornado de fuentes y estanques, alamedas y flores, y árboles cargados de delicadas
frutas; pero no se veía allí alma viviente. Sobrecogido por tanta soledad, me apresuré a
salir, y, cuando iba por la puerta de la ciudad, volví la vista hacia el mismo sitio, pero ya
no vi nada más que el silencioso desierto que se extendía ante mi vista.
"Por aquellos alrededores me encontré con un anciano derviche, muy versado en las
tradiciones y secretos de aquel país, y le conté extensamente cuanto me había sucedido.
'Ése es' -me dijo- el famoso jardín del Irán, una de las portentosas maravillas del
desierto. Sólo aparece raras veces a algún que otro viajero como tú, fascinándole con el
panorama de sus torres, palacios y cercas de jardines poblados de árboles cargados de
exquisitas frutas que se desvanecen después, no quedando otra cosa que el solitario
desierto. El origen de este jardín fue que en tiempos pasados, cuando este país estuvo
habitado por los Additas, el rey Sheddad, hijo de Ad y bisnieto de Noé, fundó aquí una
rica ciudad. Cuando estuvo concluida y vio su magnificencia, se enorgulleció su
corazón, y determinó edificar un palacio con jardines que rivalizasen con los del paraíso
celestial que describe el Corán; pero la maldición de Allah cayó sobre él por su
presunción. Él y sus vasallos fueron aniquilados, y su espléndida ciudad con el palacio y
los jardines quedaron encantados para siempre y ocultos a la vista de los humanos,
excepción hecha de alguna que otra vez en que suelen verse, para que quede perpetuo
recuerdo a los hombres de su Pecado."
"Esta historia, ¡oh rey!, y las maravillas que vi, quedaron tan impresas en mi
imaginación, que, cuando estuve en Egipto algunos años después y poseía el libro del
sabio Salomón, determiné volver a visitar el jardín del Irán. Lo hallé, en efecto, con
ayuda de mi ciencia, y tomé posesión del palacio de Sheddad, permaneciendo algunos
días en aquella especie de paraíso. El genio que guardaba aquellos sitios, obediente a mi
mágico poder, me reveló el encantamiento con cuya ayuda se construyó aquel jardín,
qué poder se había conjurado contra su existencia y por qué había quedado invisible. Un
palacio y un jardín como éste, ¡oh rey!, puedo construirte aquí mismo, en la montaña
que domina la ciudad. ¿No conozco todos los secretos de la magia? ¿No poseo el Libro
de la Sabiduría del sabio Salomón?"
-¡Oh sabio hijo de Abu Ajib! -exclamó Aben-Habuz, frenético de ansiedad-. ¡Tú eres
un gran viajero que ha visto y estudiado cosas maravillosas! Hazme un palacio como
ése y pídeme lo que quieras, aunque sea la mitad de mi reino.
-¡Bah!... -replicó el astrólogo- ya sabes que soy un viejo filósofo que me contento con
poca cosa. La única recompensa que te pido es que me regales la primera bestia, con su
correspondiente carga, que entre por el mágico pórtico del palacio. El monarca aceptó con júbilo tan modesta condición, y el astrólogo comenzó su obra.
En la cumbre de la colina, y por cima precisamente de su cueva subterránea, hizo
construir un gran atrio o barbacana, en el centro de una inexpugnable torre.
Había primero un vestíbulo o porche exterior, y dentro el atrio, guardado con macizas
puertas. Sobre la clave del portal esculpió el astrólogo con su propia mano una gran
llave; y en la otra clave del arco exterior del vestíbulo, que es más alto que el del portal,
grabó una gigantesca mano. Estos signos eran poderosos talismanes, ante los cuales
pronunció ciertas palabras en una lengua desconocida.
Cuando esta obra estuvo concluida del todo se encerró por dos días en su salón
astrológico, ocupándose en secretos encantamientos, y al tercero subió a la colina,
pasando el día en ella. A horas bastante avanzadas de la noche se retiró de allí y se
presentó a Aben-Habuz, diciéndole:
-Al fin, ¡oh rey!., he llevado a cabo mi obra. En lo alto de la colina hay el palacio más
delicioso que jamás pudo concebir la mente humana ni desear el corazón del hombre.
Está formado de suntuosos salones y galerías, de deliciosos jardines, frescas fuentes y
perfumados baños; en una palabra, toda la montaña se ha convertido en un paraíso. Está
protegido, como el jardín del Irán, por poderosos encantamientos que lo ocultan a la
vista y pesquisas de los mortales, excepto a la de aquellos que poseen el secreto de su
talismán.
-¡Basta! -exclamó Aben-Habuz alborozado-. Mañana al amanecer subiremos a tomar
posesión.
El dichoso monarca durmió muy poco aquella noche. Apenas los primeros rayos del
sol empezaron a iluminar los nevados picos de Sierra Nevada cuando montó a caballo,
acompañado de algunos fieles servidores, y subió el estrecho y pendiente camino que
conducía a lo alto de la colina. A su lado, y en un blanco palafrén, cabalgaba la princesa
hispanogoda, resplandeciendo su vestido de pedrería y pendiente de su cuello la lira de
plata. El astrólogo caminaba a pie al otro lado del rey, apoyándose en su báculo
sembrado de jeroglíficos, pues nunca montaba ninguna cabalgadura.
Aben-Habuz quiso contemplar las torres del palacio brillando por encima del mismo,
y los abovedados terrados de los jardines extendiéndose por las alturas, pero no veía
nada.
-Éste es el misterio y la salvaguardia del palacio -dijo el astrólogo- nada se divisa
hasta que se pasa el umbral del vestíbulo encantado y se entra dentro de él.
Cuando llegaron a la barbacana se detuvo el astrólogo y señaló al rey la mágica mano
y la llave grabada sobre el portal y sobre el arco.
-Éstos son -le dijo- los amuletos que guardan la entrada de este paraíso. Hasta que
aquella mano se baje y coja la llave no habrá poder mortal ni mágico artificio que pueda
causar daño al señor de estas montañas.
Aben-Habuz hallábase embobado y absorto de admiración ante aquellos mágicos
talismanes, cuando el palafrén de la princesa avanzó algunos pasos y penetró en el
vestíbulo hasta el mismo centro de la barbacana.
-He aquí -gritó el astrólogo- la recompensa que me prometiste: la primera bestia con
su carga que entrase por la puerta mágica.
Aben-Habuz se sonrió, creyendo que hablaba en broma el viejo astrólogo; pero,
cuando comprendió que lo decía formalmente, tembló de indignación su blanca barba.
-¡Hijo de Abu Ajib! -le replicó airado-, ¿qué engaño es éste? Bien sabes el
significado de mi promesa: la primera bestia con su carga que entre en este portal. Toma
la mula más resistente de mis caballerizas, cárgala con los objetos preciosos de mi
tesoro, y es tuya; pero no intentes llevarte a esa cautiva, delicia de mi corazón. ¿Para qué quiero las riquezas? -le contestó el astrólogo con menosprecio- ¿no tengo
el Libro de la Sabiduría del sabio Salomón, y por medio de él puedo disponer de los
secretos tesoros de la tierra? La princesa me pertenece por derecho; la palabra real está
empeñada, y yo reclamo la joven como cosa mía.
La princesa observaba desdeñosamente desde el palafrén, sonriéndose al ver la
disputa de aquellos dos vejetes sobre la posesión de su juventud y hermosura. La cólera
del monarca pudo más que su discreción, y le dijo:
-¡Miserable hijo del desierto! Tú serás sabio en todas las artes, pero es menester que
me reconozcas por tu señor, y no pretendas jugar con tu rey.
-¡Mi señor!... ¡Mi señor!... -añadió sarcásticamente el astrólogo-. ¡El monarca de un
montecillo de tierra pretende dictar leyes al que posee los secretos de Salomón! Pásalo
bien, Aben-Habuz; gobierna tus estadillos y disfruta en ese paraíso de locos, que yo,
entretanto, me reiré a costa tuya en mi filosófico retiro.
Esto diciendo, cogió la brida del palafrén, y, golpeando la tierra con su báculo, se
hundió con la hermosa princesa en el centro de la barbacana. Cerróse enseguida la
tierra, no quedando huella de la abertura por donde habían desaparecido.
Aben-Habuz quedó mudo de asombro durante un gran rato; pero, desaturdiéndose
después, ordenó que cavasen mil trabajadores con picos y azadones en el sitio por donde
había desaparecido el astrólogo; pero por más que pretendían cavar todo era inútil, el
seno de la montaña se resistía a sus esfuerzos, y cuando profundizaban un poco, la tierra
se cerraba de nuevo. En vano también buscó la entrada de la cueva que conducía al
palacio subterráneo del astrólogo, al pie de la colina, pues nada se encontró. Donde
antes había una caverna no se veía ya sino la sólida superficie de una dura roca; al
desaparecer Ibrahim Eben Abu Ajib concluyó la virtud de su talismán: el jinete de
bronce quedó fijo con la cara vuelta a la colina y señalando con su lanza el sitio por
donde el astrólogo desapareció, como si se ocultase allí algún mortal enemigo de Aben-
Habuz.
De vez en cuando se oía débilmente el sonido de un instrumento y los acentos de una
voz femenina en el interior de la montaña. Cierto día trajo noticia al rey un campesino
de que en la noche anterior había encontrado un agujero en la roca, por el cual se metió
hasta llegar a un salón subterráneo, donde vio al astrólogo recostado en un espléndido
diván, dormitando a los acordes de la lira argentina de la princesa, que parecía ejercer
mágico influjo sobre sus sentidos.
Aben-Hábuz buscó el agujero de la roca, pero ya se había cerrado. Intentó por
segunda vez desenterrar a su rival, pero todo fue inútil, pues el encantamiento de la
mano y la llave era poderosísimo para que los hombres pudiesen contrarrestarlo. En
cuanto a la cumbre de la montaña, permaneció en adelante yermo y escabroso el sitio
que debió ocupar el palacio y el jardín, y el prometido paraíso quedó oculto a la mirada
de los mortales por arte mágica, o fue una fábula del astrólogo. La gente opta
crédulamente por esto último, y unos lo llaman "la locura del rey", y otros "el paraíso de
los locos".
Para colmo de las desdichas de Aben-Habuz, los enemigos circunvecinos a quienes
había provocado y escarnecido a su gusto mientras poseyó el secreto del mágico
talismán, al saber que ya no estaba protegido por ninguna influencia mágica, invadieron
su territorio por todas partes, y el resto de su vida lo pasó el malaventurado monarca
atormentado por alborotos y disturbios.
En fin: Aben-Habuz murió, y lo enterraron ha ya luengos siglos. La Alhambra se
construyó después sobre esta célebre colina, realizándose en gran parte los portentos
fabulosos del jardín del Irán. La encantada barbacana existe todavía protegida, sin duda,
por la mágica mano y por la llave, formando actualmente la Puerta de la Justicia, que constituye la entrada principal de la fortaleza. Bajo esta puerta -según se dice-
permanece todavía el viejo astrólogo en su salón subterráneo, dormitando en su diván,
arrullado por los acordes de la lira de plata de la encantadora princesa.
Los centinelas inválidos que hacen la guardia en la puerta suelen oír en las noches de
verano el eco de una música, e influidos por su soporífico poder, se quedan dormidos
tranquilamente en sus puestos; y es más: se hace en aquel sitio tan fuertemente
irresistible el sueño, que aun aquellos que vigilan de día se quedan dulcemente
dormidos en los bancos, siendo, en suma, aquel sitio la fortaleza militar de toda la
cristiandad en que más se duerme. Todo lo cual -según cuentan las antiguas leyendas-
seguirá ocurriendo de siglo en siglo, y la princesa continuará cautiva en poder del
astrólogo, y éste, asimismo, permanecerá en su sueño mágico hasta el día del juicio
final, a menos que la histórica mano empuñe la llave y deshaga el encantamiento de esta
colina.

Washington Irving

5.10.17



Fernando Chueca Goitia, arquitecto y restaurador en el Palacio de Carlos V.

....un edificio antiguo, antes de proceder a su restauración, había que auscultarlo como a un enfermo. Sólo después podía aplicarse un tratamiento adecuado e individualizado al «paciente»....

Manifiesto de la Alhambra

El Manifiesto de la Alhambra es una recopilación elaborada por Fernando Chueca Goitia de los debates realizados en Granada durante los días 14 y 15 de octubre de 1952 tomando como base el valor moderno y contemporáneo de la Alhambra, como intento de texto programático de una arquitectura moderna española.

Tras la crisis nacional de 1936, no será hasta finales de los años cuarenta cuando institucionalmente se comience a valorar nuevamente la arquitectura moderna, quedando desprovista de todas aquellas connotaciones ideológicas que le fueron impuestas con anterioridad. Será en el marco de la V Asamblea Nacional de Arquitectos en 1949, donde se materialice tal hecho.

De esta forma, la década de los cincuenta se constituye como un periodo transitorio hacia la construcción masiva de los sesenta, el debate colectivo adquiere ciertonivel de ingenua, pero interesante pureza, y tendrá su papel en la consolidación de lenguaje moderno de la arquitectura española.

El Manifiesto de la Alhambra, se produce en el contexto de las Sesiones Criticas, organizadas desde la Revista Nacional de Arquitectura, cuando su director era el arquitecto Carlos de Miguel. La responsabilidad de suorganización periódica recae sobre los arquitectos Fernando Chueca, Miguel Fisac, Luis Moya y Carlos de Miguel.

Se realiza la primera reunión preparatoria con motivo de una visita al edificio de Tiro de Pichón, del arquitecto Fernando Moreno Barberá, en La Moraleja de Madrid, que animó a la consecución e implantación de las Sesiones Críticas de Arquitectura. La primera de estas, se celebra en el mes de octubre del año 1950, se realiza en una sala del Banco Urquijo de Madrid donde el arquitecto Luis Moya trató sobre el edificio de la ONU.

De todo aquello, resultó casi medio centenar de Sesiones Críticas de Arquitectura, cuyos resultados eran publicados en la Revista Nacional de Arquitectura. Habitualmente se realizaban en Madrid, pero ello no quitó que se organizaran algunas fuera de la capital del país. Así, ciudades como Granada, Sta. Cruz de Tenerife, Bilbao, Barcelona, Sevilla, Gijón y Valencia, se convierten en sedes de aquellas. El Manifiesto de la Alhambra surge como resultado de una de estas sesiones.

La reunión realizada en la ciudad de Granada, genera este manifiesto cuya redacción definitiva fue encargada a Fernando Chueca Goitia, quien resumió las ideas debatidas, dándoles forma literaria.

Para Carlos de Miguel, esta sesión tiene especial importancia por lo polémico de su resultado, al mismo tiempo que por el gran acierto de sus conclusiones. Se realizó en octubre de 1952. Un grupo de arquitectos se retiró durante tres días sins alir del recinto para "meditar sobre las bases de una nueva arquitectura española". Para Chueca su contenido será un debate sobre problemas de alcance "históricos-críticos" y básicamente estéticos. Con clara conciencia del momento de cambio en que viven, o más bien, que deben comenzar a vivir ,y el convencimiento en la necesidad de renovación de la arquitectura española, realizarán sus conclusiones.

El Manifiesto de la Alhambra no verá la luz hasta enero de 1953, y será firmado por los arquitectos participantes en lo Sesión crítica de Granada: Rafael Aburto, Pedro Bidagor, Francisco Cabrero, Eusebio Calonge, Fernando Chueca, José Antonio Domínguez Salazar, Rafael Fernández Huidobro, Miguel Fisac, Damián Galmes, Luis García Palencia, Fernando Lacasa, Emilio Larrodera, Manuel López Mateas, Ricardo Magdalena, Antonio Marsa, Carlos de Miguel, Francisco Moreno López, Juana Otañón, José Luis Picardo, Francisco Prieto Moreno, Francisco Robles, Mariano Rodríguez Avial, Manuel Romero y Secundino Zuazo.

La idea central que encierra la introducción del Manifiesto, es el convencimiento de que la arquitectura española ha estado fluctuando desde finales del siglo XIX, producto de una profunda crisis espiritual por la que ha pasado el Estado español desde el desmoronamiento de su imperio colonial en 1898. La arquitectura tradicionalista, realizada en la etapa de postguerra civil, corresponde a un ensayo realizado con anterioridad.

Los firmantes del manifiesto, reconocen que durante este período existe cierta coherencia formal en la arquitectura española, pero su implantación les resulta algo forzada. La razón principal de su coherencia se establece más allá del propio estilo, la razón material de los edificios es lo que confiere el carácter de los mismos.

La intención final es la existencia de una forma de hacer unitaria, pero esta forma no debe venir impuesta ni forzada, debe ser el convencimiento natural de los arquitectos españoles, el que desemboque en una escuela propia. Esta idea enlaza con los postulados defendidos desde la Dirección General de Arquitectura en la V Asamblea Nacional de Arquitectos Españoles.

Se trata de un ejercicio de realismo, de la asunción de un presente con significado diferente, el academicism oinstaurado está en crisis. Si bien pudo tener un valor representativo en los primeros momentos de posguerra, esa se ha perdido, y se hace incomprensible para los jóvenes arquitectos.

Insistiendo en la desorientación existente entre los arquitectos españoles, ahondando en la idea expresada durante la V Asamblea Nacional por el arquitecto italiano Gio Ponti, plantea la necesidad de abrir un camino en la arquitectura española que clarifique la ruta a los más jóvenes, para situarla en su lógico momento histórico, alejada de planteamientos tradicionalistas.

La ruptura con el tradicionalismo, no implicar la reconexión internacional, la cuestión del lugar, justificar la caracterización propia de la arquitectura española, combinando ser la expresión de una poca, con la representación de un lugar.

La Alhambra de Granada será el motor de las reflexiones que se produzcan en la Sesión Crítica. Servirá para ir desmenuzando los diferentes conceptos que tienen interés para el debate del grupo de arquitectos. La Alhambra reúne dos condiciones que la convierten en el referente adecuado para el debate.

Por una parte, es un objeto enraizado dentro de la cultura española, en su vertiente musulmana, por otra, la similitud conceptual de este tipo de arquitectura con la arquitectura moderna: módulo humano, plantas orgánicas, pureza y sinceridad de sus volúmenes, integración en el paisaje, uso económico y estricto de materiales, etc.

Así, se da respuesta a las dos cuestiones principales que se planteadas en la V Asamblea Nacional, en el camino de recuperación de la modernidad: caracterización nacional de la arquitectura y adecuación estética a los tiempos que se viven.

La similitud establecida entre la arquitectura de la Alhambra y la moderna, se desarrolla en tres cuestiones fundamentales: forma, construcción y decoración. El énfasis de la arquitectura moderna en el volumen, el espacio limitado por superficies planas, frente a la masa y el vacío entre ellas, de la arquitectura tradicional, constituyen los aspectos formales de relación.

La masa desaparece como factor estético, se sustituye por el volumen, los muros gruesos son substituidos por planos consecutivos; la ingravidez característica de la arquitectura moderna, es atribuida a la Alhambra de Granada.

De la misma forma, la organización libre y abierta de las plantas constituye otro aspecto de similitud entre ambas arquitecturas. La jerarquización formal de los diferentes elementos de la arquitectura, la concepción global como aspecto de interés, y la planificación, ven su respuesta en el ejemplo elegido.

De todo ello, se sacan conclusiones precisas para la renovación de la arquitectura española proyectando su alcance en el marco colectivo de la ciudad.

Se propugna la diversidad en las intervenciones urbanas, generadora de resultados diversos que enriquezcan el paisaje, como primer de los objetivos pretendidos. Pero, con la necesaria planificación urbana que matice la escala en función de los usos, diferenciando sectores representativos de la ciudad, de aquellos residenciales; abogando, en coherencia con el planteamiento inicial de diversidad, por una caracterización propia de cada sector.

La intención es conseguir la implantación de ambientes diferenciados y coherentes en sí mismo, sin por ello limitar el diseño de cada edificio.

Así surge, y se defiende, la idea del arquitecto especializado: en planeamiento urbano, oen realización de obras.

Este planteamiento, era contrario a la idea defendida desde el Estado del arquitecto total. La especialización de los arquitectos no aparece formalmente en los planes de estudio hasta el año 1957, pero en ningún momento constituirá una diferenciación competencial de los profesional es de la arquitectura.

En lo referente a los aspectos constructivos, lo primero es la necesidad de adecuación de los materiales al lugar donde se implanta la arquitectura, y su utilización racional.

Tal cuestión se resume en tres aspectos, el primero el correcto aparejo de los materiales; el segundo el conveniente dimensionado en lo que se refiere a su función y propia estructura interna; y en tercer lugar, el aprovechamiento de la expresividad formal de cada uno de los materiales.

De ello se concluye con que la razón es la presencia principal en la Alambra de Granada, el estilo queda subordinado a la misma. La naturaleza de los materiales, se presenta como elemento de expresividad formal: la forma sincera.

Esta fidelidad formal obliga, por razones obvias, a plantear el problema de la decoración. Para ellos, esta cuestión es ajena al concepto de racionalidad, es una reflexión entroncada con el análisis moderno del funcionalismo, dentro de la doble vertiente que define Edward de Zurko: racional y poética. Donde lo innecesario no es forzosamente afuncional, observando que aquello puede tener la finalidad de aumentar la utilidad práctica de un objeto, contribuyendo a las ideas y emociones necesarias para complementar la función prevista.

No obstante, para los firmantes del Manifiesto, la cuestión del ornato es resbaladiza, de múltiples interpretaciones, y prefieren optar por la abstención. Se defiende el valor artístico de la arquitectura moderna, a pesar de la ausencia de elementos decorativos, en contraposición a la concepción tradicionalista de las artes. Y esta viene justificada por el valor de la abstracción cuya importancia se resalta a través de la geometría.

El Manifiesto de la Alhambra centra sus reflexiones en las cuestiones estilísticas, en ningún caso pretende una ruptura, se trata de la adecuación formal de la arquitectura española desde la reflexión disciplinar, en el camino de recuperación de la modernidad.

La diversidad de planteamientos e ideologías de los firmantes del Manifiesto de Granada, sólo posibilitaba la redacción de un documento situado, sobretodo, en el plano de la abstracción, frente a la posibilidad de una actitud de mayor beligerancia hacia el tradicionalismo, defendido en la década anterior.

La elaboración del Manifiesto de la Alhambra, junto con otros acontecimientos de principios de la década de los cincuenta, hace pensar que las condiciones generales del país permitían el desarrollo de una arquitectura diferente.

Arquitectura que se mueve entre el recuerdo del GATEPAC (https://es.m.wikipedia.org/wiki/GATEPAC), y el referente internacional, todo ello, cargado de unas componentes regionales entendidas, por algunos grupos, como un aspecto diferencial propio de la arquitectura española.

Pero ese nacionalismo encontrará su equivalente en el desarrollo internacional de los regionalismos cuyo papel, en lo que cristalizar como crisis de la modernidad, ser trascendente.

La arquitectura española, de una forma inconsciente, se incorporó al proceso internacional que desembocó en la desaparición de los CIAM. Pero la pureza de algunas de las actuaciones y la inocencia de algunas de las reflexiones, hacen pensar, más en coincidencia temporal, que en objetivos precisos.

La característica principal de la arquitectura española de la década de los cincuenta, será el deseo de reimplantación de la modernidad.

Presentar a los arquitectos españoles de ese decenio, como un bloque crítico con la arquitectura moderna, serla atribuirles un protagonismo, que no se corresponde, ni con la realidad de susintenciones, ni con el resultado de sus intervenciones.

EL MANIFIESTO DE FERNANDO CHUECA GOITIA.ALGUNAS CONSIDERACIONES EN TORNO A LA AUTORÍADEL MANIFIESTO DE LA ALHAMBRA

http://xn--archivoespaoldearte-53b.revistas.csic.es/index.php/aea/article/viewFile/959/992

15.7.17

DECONSTRUYENDO EL ATRIO




                                                     DECONSTRUYENDO EL ATRIO

                                                              LUIS LÓPEZ SILGO.
                                                                     Arquitecto

¿POLÉMICA O DEBATE?

Parece poco probable que la polémica (RAE: Arte que enseña los ardides con que se debe ofender
y defender cualquier plaza) sobre el proyecto ganador en el concurso del Atrio de la Alhambra, se
transforme en un verdadero debate (RAE: Discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más
personas), a causa de la polarización ideológica de las dos facciones oponentes. Parte de las
opiniones expresadas públicamente adolecen de esta contaminación, declarándose a favor o en
contra, en función de afinidades doctrinarias o lealtades materiales. A veces incluso reconociendo
no haber visitado la exposición, ni haber visto el proyecto en la web.
Resultaría más beneficioso para el monumento, para el proyecto y para todos los agentes
involucrados, que el debate se centrase en aspectos concretos del concurso y del proyecto, al
margen de aspectos tangenciales, como el indiscutible palmarés del autor o las carencias del
Albaicín. Las reflexiones y los interrogantes que se plantean a continuación, junto con alguna
sugerencia, tratan de contribuir a sopesar y valorar el alcance y la repercusión de las actuaciones.

CONCURSOS Y GALARDONES

El resultado de los concursos de arquitectura depende en buena medida de la correcta formulación
de sus bases. Y en otra gran parte, de la actitud de los jurados y de los participantes frente a las
estipulaciones de aquéllas, adoptando un sentido crítico constructivo, con la intención de corregir
posibles errores o carencias de las bases, para procurar una mejora de las condiciones del
concurso y por lo tanto de sus resultados.
El Ayuntamiento de Granada se propuso –hace ya 40 años-
prolongar la Gran Vía, desde la plaza de Isabel la Católica a la
plaza de la Mariana, atravesando el barrio de San Matías, en una
operación de saneamiento urbano y social que pretendía resolver
los problemas de tráfico y suprimir las actividades de comercio
sexual en la zona. La presión de colectivos profesionales y
vecinales, que se oponían a la destrucción del barrio, obligó a la
convocatoria de un concurso, en el que colaboró el Colegio de
Arquitectos, facilitando información complementaria a la escasa
documentación que había proporcionado el Ayuntamiento. Las
bases del concurso establecían claramente el objetivo de la
prolongación en curva, atravesando el corazón de la ciudad.
Un grupo de compañeros, que habíamos terminado la carrera ese mismo año, preparamos una
propuesta en la que optamos por no prolongar, aportando otras soluciones al tráfico; corriendo el
riesgo de ser descalificados por incumplimiento de las bases. Nuestra sorpresa fue mayúscula
cuando en abril de 1976 se nos comunica que habíamos obtenido el tercer premio del concurso.
Pero aún resultaría más sorprendente que de los 16 proyectos presentados, tan sólo uno había
atendido el requisito de la prolongación, y no había obtenido reconocimiento alguno.
Hace ya largo tiempo que no se produce esta actitud de crítica positiva hacia las regulaciones
básicas de los concursos, por parte de los jurados y de los concursantes. Pienso que esto es
debido a que, en la mayoría de los casos, estos grandes concursos responden a decisiones
políticas; y también porque, sencillamente, una buena parte de los arquitectos (y más aún los
“superstar”) han pasado de tomarse su trabajo con un sentido profesional, a entenderlo más bien
como una actividad comercial; y a veces hasta propagandística, en favor de sus mentores.
Se pretende otorgar carta de infalibilidad al proyecto del Atrio, por el simple hecho de que haya sido
seleccionado por un “jurado de expertos”. Pero entre sus miembros no había una mayoría de
arquitectos y las Bases del concurso, tan sólo exigían que una tercera parte lo fuesen.
Tampoco existe una garantía total de independencia, puesto que a veces, en estos concursos de
máximo nivel, quienes son hoy jurado, mañana son concursantes y viceversa. Constituyen círculos
más bien cerrados, que se apoyan en algunos departamentos de las escuelas de arquitectura y en
las revistas profesionales. Otras veces, las combinaciones de los votos de los arquitectos con los
de los otros miembros, arrojan insólitos resultados. También ellos se pueden equivocar.
Cuando se convocó el concurso del Museo de la Acrópolis en 1989, ya se habían producido otros
dos con anterioridad, dirigidos exclusivamente a arquitectos griegos. Ninguno de los tres llegó a
ejecutarse. Hasta el año 2003 en que dio comienzo la obra con el proyecto de Bernard Tschumi,
que había sido elegido en un cuarto concurso, esta vez realizado por invitación a varios estudios de
nivel internacional. Un ejemplo de que siempre hay tiempo para reflexionar y reconducir los
concursos, hasta estar completamente seguros de que se cumplen las necesidades reales por las
que el certamen ha sido convocado.
Posiblemente unas bases de partida poco adecuadas, junto al conformismo de los técnicos
participantes, ha dirigido al concurso del Atrio de la Alhambra hacia unos resultados que han
generado unas fuertes críticas. Aunque éstas, en su mayoría, carecen de razonamientos y son más
bien de tipo militante, otro tanto sucede con los defensores, que no alcanzan más allá de
manifestar su adhesión inquebrantable al maestro Siza. Unos y otros se acusan de oportunismo
político y en ambos casos tienen razón, sin llegar a darse cuenta de que, en realidad, son las dos
caras de una misma moneda.
Como argumento para acallar las voces disonantes respecto del proyecto, suele hacerse referencia
al autor y sus indiscutibles méritos, lo cual es una perversión del sano debate. No se trata del
individuo ni de sus títulos, que merecen todos los respetos, sino del proyecto galardonado. Al fin y
al cabo no se ha celebrado un concurso de personas, sino de proyectos; y en todas las carreras
existen aciertos y fracasos. Basta echar un vistazo a algunas de las esculturales realizaciones de
Calatrava, muchas veces reñidas con la utilidad; el último y absurdo capricho del maleducado y
soberbio Frank Ghery (viviendas en forma de bolsa de papel arrugada); los desvaríos
megalómanos de Zaha Hadid. Todos ellos muy premiados y todos sus proyectos carísimos.
Parece que Granada no tiene suerte con la obra del arquitecto portugués. El único precedente de
Siza en la ciudad, la casa Zaida, no es precisamente un gran acierto, con esa rendija abierta en la
fachada principal, como los patios-tendedero de los bloques de viviendas baratas de posguerra,
además de incrementar las alturas del edificio preexistente. El hecho de estar en posesión de unos
determinados títulos, no garantiza en absoluto la calidad y la adecuación de los resultados.
Por lo tanto, los proyectos de los arquitectos con premios (ya sean Pritzker, Príncipe de Asturias o
cualquier otro) son tan opinables como los demás y no se pueden contrarrestar las críticas
concretas a un proyecto, alegando los méritos de un premio concedido al autor. Y todos los
ciudadanos –independientemente de sus títulos, sus cargos o su posición social- tienen todo el
derecho a expresar su opinión, ya que los usuarios están incluidos en los criterios de valoración del
patrimonio, determinados por las cartas de restauración y por la política cultural de la Unesco. Y
además, son los que pagan todas las facturas.

CONTRA EL PLAN DIRECTOR

El Plan Director de la Alhambra, en la Línea Estratégica Nº 2”, en referencia al Atrio, establece con
claridad: “Partiendo de las premisas de configuración de un espacio abierto, plenamente adaptado
al entorno, y del respeto a las masas vegetales existentes, se apuesta por una arquitectura de
vanguardia…” Condicionante que recogen literalmente las cláusulas del concurso, en su Base nº 2.
Sin embargo, en los Anexos técnicos se fija el ámbito de la actuación en una zona con una masa
vegetal existente. El emplazamiento elegido para la implantación del Atrio resulta incompatible
con este requisito que impone claramente el Plan Director y recogen las Bases. ¿Cómo es posible
que se delimite un emplazamiento que sitúa la edificación sobre masas vegetales existentes?
El Plan Director es un instrumento que no puede ser modificado por las bases de un concurso, ni
mucho menos (como es el caso) por un anexo técnico del mismo. ¿Es que nadie –ni concursantes,
ni jurado, ni el secretario administrativo- leyó las Bases del concurso o es que han sido pasadas por
alto? Según esto, se habría desarrollado todo el certamen contraviniendo las estipulaciones del
Plan Director y de la propia Base 2, en lo referente a la masa vegetal. ¿No sería condición
suficiente para impugnar y proclamar la nulidad del concurso? ¿Quién decidió esa ubicación?
Resulta escandaloso que una institución pública decida construir sobre una zona, cuya vegetación
ha sido previamente protegida, por un plan que la propia institución ha redactado y aprobado. No
hace mucho tiempo, los tribunales obligaron a la Universidad de Sevilla a la demolición de la
biblioteca, construida en el Prado con proyecto adjudicado por concurso a Zaha Hadid y la
cooperación del Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, por ser zona protegida por el Plan General.
Es esta la primera circunstancia que llama la atención: ni el “jurado de expertos”, ni los
concursantes, ni los que se oponen al proyecto, ni los defensores del mismo (que también se
identifican en otros casos como defensores de la naturaleza), ni los grupos ecologistas, ni los
responsables de jardinería de la Alhambra… en fin, nadie ha tenido una sola palabra, un solo
gesto, en defensa del arbolado que el proyecto de Atrio pretende destruir.
Del mismo modo que ahora se requiere una modificación (un traje a medida) del Plan General de la
Ciudad y del Plan Especial de la Alhambra y el Generalife, es de suponer que también habría que
llevar a cabo una modificación del Plan Director, para evitar estas contradicciones. Es lo que tienen
los principios marxistas (tendencia Groucho): “Tenemos unos principios… pero si no le gustan,
tenemos otros”. Lo que pone de manifiesto la falta de rigor aplicado al proceso administrativo de un
concurso de tan alta envergadura y de gran transcendencia para la ciudad.

DISTANCIAS Y VEHÍCULOS

Pero no sólo el arbolado merece un respeto; también el conjunto arquitectónico y sus jardines, que
gozan de la declaración de Bien de Interés Cultural. Y el emplazamiento elegido para el Atrio
(coincidente en parte con las actuales taquillas y accesos) se aproxima excesivamente a los muros
de la fortaleza. Se encuentra a escasos metros de la línea que define el ámbito protegido de BIC y
dentro de su entorno o zona de respeto, también delimitada, y en la que hay que ser especialmente
delicado con las transformaciones que se puedan producir.
En defensa del Atrio, se ha establecido una
comparación con el Museo de la Acrópolis y centro
de atención al visitante, pero no se informa que
éste se encuentra fuera del recinto sagrado y a
más de 300 metros de distancia.
Un ejemplo cercano, Medina Azahara (Córdoba), lo
tiene a más de un kilómetro de recorrido; Baelo
Claudia (Cádiz) a 200 metros ¿Resulta realmente
imprescindible que el centro de atención al
visitante de la Alhambra se encuentre a 50 metros
de distancia del conjunto monumental?
Entre las personas existen ciertas distancias psicológicas de respeto, en función de sus relaciones
y jerarquía (ejemplo de extraños en un ascensor); de manera similar, entre dos construcciones con
una diferencia de categoría tan abismal, deberían haberse tomado mayores distancias. Obsesión
inexplicable por la proximidad al monumento, que ha dejado en buen lugar a los desafortunados
pero modestos edificios de los Nuevos Museos de Prieto Moreno, a los que muchos nos opusimos
en su día, por encontrarse excesivamente cercanos al recinto monumental. ¿Podría considerarse
una ubicación del Atrio junto a aquéllos? Puesto que su volumetría ya ha sido asumida visualmente
en el conjunto, les podrían hacer el gran favor de ocultar sus poco agraciadas fachadas.
La coincidencia espacial del nuevo Atrio con la puerta de acceso actual y las taquillas, presenta
otro grave inconveniente ¿Han reparado, la organización o los proyectistas, en que para iniciar los
trabajos del Atrio hay que comenzar por el derribo de las construcciones actuales? Esto implica que
el conjunto nazarí debería pasar cinco largos años (o seguramente más) sin taquillas ni puertas de
acceso. Lo que obligará a la construcción de unos servicios similares, con carácter provisional,
incrementando inútilmente el presupuesto. Si no se hubiesen hecho coincidir los emplazamientos,
podrían seguir funcionando los accesos actuales hasta la puesta en servicio de los nuevos.
Otro tanto puede decirse de la presencia de vehículos privados y autobuses. ¿Es necesario que
accedan hasta las mismas puertas del Generalife? Más bien podría haberse aprovechado esta gran
oportunidad para limitar el acceso al entorno de la Alhambra, incluso suprimiendo los actuales
aparcamientos en bancales y recuperando estos terrenos (o una parte de ellos) para el uso y
disfrute peatonal.
En la mayoría de nuestras ciudades, se tiende a peatonalizar los entornos de catedrales y edificios
monumentales, retirando el tráfico rodado de sus proximidades. ¿Por qué en el monumento más
importante se fomenta que los vehículos privados y autobuses accedan hasta las mismas puertas
del Generalife y a escasos metros de la muralla? En la Acrópolis griega, un monumento con
muchas coincidencias con la Alhambra, no se aproximan los vehículos privados, ni los autobuses;
ni los aparcamientos se ubican a una distancia tan temeraria.
Con el proyecto de Atrio, los autobuses se introducen aún más en estos terrenos y se crea un
aparcamiento soterrado, obligando a los visitantes a desplazarse bajo tierra. ¿No sería más lógico
mantener los vehículos alejados y que el tránsito, desde la rotonda del cruce del cementerio hasta
el recinto amurallado, fuese de uso peatonal y disfrutando del entorno natural, como también
propone el Plan Director? Podrían disponerse sistemas ligeros de traslado, como pasillos rodantes
o soluciones similares, de bajísimo impacto visual, que proporcionan un alto rendimiento funcional y
una mejora considerable en el confort de los visitantes. Sin necesidad de grandes excavaciones ni
complejas obras de infraestructura.
No resulta comprensible que se programe una obra de tal envergadura y transcendencia, con un
elevado presupuesto, dando por buenas dos premisas fijas la ubicación
y los vehiculos que son las primeras que habría que poner en cuestión y resolver adecuadamente, con visión de futuro.

GESTIÓN DE ACCESOS

Otros factores, que también se dan por
válidos, como punto de partida, son el aforo y
el sistema de gestión y control de los accesos.
Fuentes del Patronato afirman que se
encuentran al límite del máximo aforo
admisible, con lo que se consigue ser el
monumento más visitado de España y estar
entre los 10 primeros del mundo.
Pero, aparte de las medallas que puedan lucir
políticos y gestores con este récord, cabe
preguntarse ¿realmente esto beneficia al
monumento y sus visitantes?
Rotundamente no. Quizás no se presente otra gran oportunidad, para abandonar ese absurdo
objetivo de “más que nadie” –como cualquier parque temático privado- y aliviar esa presión de
máximos sobre el monumento y sobre los aborregados y sufridos visitantes. Reduciendo
ligeramente la cuota de usuarios, se podrán conseguir grandes mejoras; tanto en el disfrute de la visita, como en las condiciones de conservación del conjunto.
A la hora de cuantificar los aforos y las esperas, en el sistema de control de accesos, se está
manteniendo un modelo que se basa en distribuir personas que llevan un papel en la mano.
Cuando ya se puede viajar, presentar documentos (¡hasta de hacienda!), comprar, vender, y un
sinfín de actividades, sin necesidad de soporte material; cuando se limita el uso del papel hasta en
las administraciones públicas, para entrar en la Alhambra, sin embargo, seguimos en la era
Gutenberg. Que una vez gestionadas telemáticamente las entradas, haya que pasar
obligatoriamente por taquilla para recoger el papelito, resulta absolutamente anacrónico, a estas
alturas del siglo XXI.
Incluso en la exposición sobre el Atrio, que es gratuita, se entrega a cada asistente un ticket de
papel, como mecanismo de control de visitantes. ¿No es suficiente con los apuntes de la amable
azafata, que nos recibe a la entrada, solicita los datos de procedencia y lleva la cuenta total de
visitantes diarios? Pues no; se ve que sobran árboles. Y los apuntes los realiza (¡cómo no!) en una
hoja de papel, en lugar de utilizar una “tablet" u otro dispositivo, que permita el volcado directo de
datos para su procesamiento; si es que se usan para algo.
En fin, se habla de la Alhambra del siglo XXI, de la proyección de futuro, de la sociedad de la
información, de las redes sociales, de las nuevas tecnologías… pero para estos asuntillos, nos
encontramos aún en la burocracia del siglo XIX. Sería muy conveniente repensar la gestión de los
accesos, aprovechando para perfeccionar el modelo y adaptarlo a las nuevas tecnologías; lo que
daría como resultado un cuadro de necesidades diferente del que ha sido utilizado para
dimensionar las previsiones del proyecto.

DIGNIDAD E INTEMPERIE

“La Alhambra necesita una puerta digna (o un
acceso digno)”. Esta frase sin argumentación es la
que más se repite entre los defensores del
proyecto. ¿No les parece suficientemente digno el
recorrido de Plaza Nueva a la Puerta del Vino?... el
paso bajo la Puerta de las Granadas; el recorrido
por la Cuesta de Gomérez y el bosque de la
Alhambra; el paso por el Pilar de Carlos V; la
Puerta de la Justicia; la Puerta del Vino… La frase
constituye una falacia, puesto que la Alhambra ya
tiene un acceso natural, cuya dignidad y calidad
son inigualables.
Es el acceso tradicional, que va produciendo diversas sensaciones en el visitante, a partir de su
paso por el Arco de las Granadas, que refuerza la idea de penetrar en el recinto nazarí. El ascenso
pausado (obligado por la pendiente) que permite un mayor disfrute de los sentidos: la luz y la
penumbra, el rumor del agua y las hojas, el trino de las aves, los aromas de las plantas, la
humedad del bosque, la paz contagiosa de su silencio. Circunstancias que van introduciendo al
paseante en el mundo que está a punto de disfrutar.
El cruce en zig-zag y entre tinieblas de la Puerta de la Justicia, le anticipa que su meta ya está
próxima. Y –por fin- su llegada a los palacios, desde un punto de vista más bajo, con la imagen
imponente de las torres, las murallas y el contundente almohadillado de las fachadas del Palacio
del Emperador. No hay proyecto de Atrio, que sea capaz de superar la dignidad de esta secuencia.
Otra cosa es que, desde que fueron trasladadas las taquillas a la parte posterior de la fortaleza,
este acceso haya sido marginado, otorgando la prioridad al acceso masivo de autobuses;
penalizando así a quienes prefieren seguir utilizando el recorrido tradicional, que somos los
residentes en la ciudad y los forasteros que pasan en ella alguna noche. En efecto, una vez llegado
a la Plaza de los Algibes, el paseante se ve obligado a salir de nuevo de las murallas, continuar
hasta las nuevas taquillas para recoger sus entradas de papel y regresar a su punto de partida, junto a la Puerta del Vino, para dar comienzo a su visita. Con esta absurda interrupción, se pierde
el estado anímico que se había conseguido mediante el ascenso por la ruta tradicional.
En combinación con las medidas de gestión de los accesos antes señaladas, ¿cabría plantear un
acceso no-centralizado, con objeto de no cargar al visitante peatonal con los inconvenientes que
deben sufrir los que acceden en vehículos?. Y quizás también podrían estudiarse medidas de
fomento para la utilización preferente del acceso natural del monumento, de manera que estas
personas que vienen de fuera de Granada, no se viesen privadas del itinerario que acabamos de
describir, y que forma parte indisoluble de la experiencia de vivir la Alhambra.
La segunda frase más repetida, como justificación de la idoneidad de este proyecto, es que “Se
necesita una estructura que proteja a los visitantes, mientras esperan para sacar sus entradas”. En
mi vida escuché una explicación más peregrina. ¿Qué pasa una vez que tienen las entradas?, su
traslado hasta las puertas del Carlos V, o mientras esperan junto al Patio de Machuca, o cuando
atraviesan los sucesivos parterres y espacios abiertos; y la llegada hasta el Generalife y el paseo
por sus jardines. ¿Se tendría que cubrir todo el recorrido? La mayor parte del itinerario (mucho más
tiempo que el de espera) se realiza a descubierto, porque la Alhambra es un monumento al aire
libre y está sujeto a las variaciones de la climatología.
Como referencia de refuerzo de estas afirmaciones, suele utilizarse (una vez más) el ejemplo de la
Acrópolis, pero citando sólo el titular de la información: “en Atenas se ha construido un nuevo
acceso a la Acrópolis”. No es falso, pero dicho sólo así, resulta muy tendencioso. Conozco bien el
caso porque presenté un proyecto al “Concurso internacional para el Nuevo Museo de la Acrópolis”
(1989). Han leído bien, el nuevo museo, ya que el antiguo (en aquella época aún existente) era una
pequeña construcción prismática, ubicada muy próxima al Partenón; pero ni su capacidad, ni sus
condiciones, ni su emplazamiento eran los adecuados.
El objetivo prioritario del concurso consistía en retirar aquella construcción del recinto sagrado y
realizar un museo en condiciones de albergar todos los hallazgos. Reservando incluso una sala
para recibir los Mármoles de Elgin, cuando pudiesen ser rescatados del Museo Británico, donde se
encuentran desde 1939, tras haber sido expoliados por el Lord inglés entre 1801 y 1805. Para la
ubicación del Museo de la Acrópolis fue elegida una manzana en el barrio contiguo, separada por la
avenida Dionisio Areopagita y a una distancia prudencial del perímetro de la Acrópolis.
Como es bien conocido, también la Acrópolis es un monumento al aire libre y sus visitantes están
sometidos a las inclemencias del tiempo, con lo que se mojan o les da el sol, en su trayecto entre el
centro de visitantes y el recinto monumental; y a lo largo de toda la visita. Es más, a pesar de todas
estas innovaciones, se siguen produciendo colas para entrar, de hasta más de una hora, en los
meses punta de afluencia de turismo. Es algo que resulta inevitable, como sucede en otros tipos de
aglomeraciones como son los estrenos de cine, los partidos de fútbol o los conciertos de los Rolling
Stones. Si seguimos el ejemplo heleno, esta oportunidad debería servir para eliminar añadidos
impropios al recinto nazarí, en lugar de incrementar su volumen en el mismo lugar donde hoy se
encuentran las taquillas.

IMPACTO / COMPACTO

Otro concepto arrojadizo empleado en la polémica,
es el impacto. En muchas actuaciones urbanísticas y
en determinadas figuras de planeamiento se exige
un Estudio de Impacto Ambiental, que en este caso
se desconoce si ha sido realizado. Tampoco se ha
hablado de estudios previos del subsuelo, tanto en
sus aspectos geológicos como en los arqueológicos,
que serían imprescindibles para conocer la viabilidad
material de los múltiples soterramientos que el proyecto propone.
¿Produce impacto la construcción del Atrio en su entorno monumental?. Los defensores otorgan un
no rotundo y los detractores un sí tajante. Aunque argumentos no se aportan. Pero existen algunos
indicadores que pueden ayudar a establecer una valoración, aunque no sean métodos exactos.
En primer lugar, es necesario valorar la destrucción que es preciso realizar para llevar a cabo las
obras, que además precisan de excavaciones de gran envergadura. A falta de los datos del
subsuelo mencionados, ya hemos apuntado en el inicio de este texto la destrucción de un
patrimonio vegetal que está protegido por el Plan Director, junto con una importante alteración de la
topografía natural. En segundo lugar hay una cuestión de proximidad, que también ha sido
analizada. Y finalmente el tamaño, respecto del conjunto (ver imagen de la página anterior).
En algunos planos del Atrio se utilizan recursos gráficos para desdibujar los perímetros, mediante
líneas de trazo fino o colores tenues. Pero si se grafía sobre el plano la totalidad de la superficie
ocupada por las construcciones, puede comprobarse que su huella supera con creces la del
Palacio de Carlos V, que es el cuerpo de mayor entidad del conjunto alhambreño.
Por lo que la conclusión más acertada es que sí que se produciría un alto impacto sobre la
situación actual. Y el propio proyecto reconoce esta realidad indiscutible. ¿Por qué se esconde
parte de la edificación bajo rasante? para reducir el volumen emergente. ¿La fragmentación en
terrazas? para semejarse a las construcciones históricas. ¿La profusión vegetal? para ocultar los
muros desnudos. ¿El color de camuflaje? para pasar desapercibida en el entorno. Son recursos y
artilugios que tratan de minimizar la presencia de la obra, mediante un burdo escamoteo
camaleónico.

Pero… ¿se han tenido en cuenta las recomendaciones de las “Cartas del Restauro” (Atenas 1931,
Venecia 1964 y siguientes), que son la doctrina común occidental en el ámbito del patrimonio
cultural y arquitectónico? Éstas aconsejan que las nuevas construcciones sean fácilmente
reconocibles frente a las auténticamente históricas y deberán evitarse las intervenciones miméticas
que induzcan a confusión sobre la autenticidad de las obras.
En este sentido, resultan mucho más honestas y rotundas las propuestas de los dos equipos
sevillanos presentadas al concurso (Guillermo V. Consuegra y Cruz+Ortiz) que apostaron, sin
ambages ni complejos, por las señas de identidad contemporánea que corresponden a la época de
su construcción, en lugar de optar por la vía fácil del eclecticismo mimético.
Desgraciadamente no se ha escuchado
comentario alguno sobre la calidad arquitectónica
del proyecto en sí, más allá de las muestras de
adhesión inquebrantable a toda la obra de Siza. Al
recorrer la exposición y escuchar los juicios de
algunos visitantes, me ha venido a la memoria la
frase de uno de los más grandes historiadores y
críticos de arte del siglo XX: Giulio Carlo Argan,
profesor de la Universidad de Roma, ciudad de la
que fue alcalde en los años 70. Decía que los
arquitectos hacen demasiadas cajas de zapatos. Y
esa es la pobre impresión que transmite la
maqueta de la Puerta Nueva.

La cafetería proyectada semeja una cajita de zapatos sobre una explanada, como un chalet ufano
en su parcela. Está situada en la abertura de un patio encarado al paisaje, al que está
obstaculizando las vistas. También se ha dicho (en defensa de las dotaciones comerciales del
proyecto) que no hay en la Alhambra un sitio para tomar un café mientras se espera. Siempre que
he subido, acompañando a los amigos que visitan la ciudad, hemos tomado un pequeño descanso
en la cafetería del Parador de san Francisco y jamás hemos tenido el menor problema para
encontrar acomodo, ni en el interior, ni en su espléndida terraza; cuyas magníficas vistas son imposibles desde la terraza del nuevo Atrio. ¿Existe realmente tanta demanda?
Otras cajas rectangulares forman el conjunto semienterrado, dejando unas aberturas como patios,
con tamaño y proporciones casi coincidentes con las del Patio de los Leones, suplantando una vez
más las proporciones y los recursos de la arquitectura nazarí. Si los visitantes van a recorrer los
patios auténticos de la Alhambra, ¿para qué se necesitan estas copias desnaturalizadas?
Una última reflexión sobre el concepto “puerta” que forma parte del título del proyecto: “Puerta
Nueva”. El acceso al Atrio se realiza desde la parte superior, recayente a la orientación del
cementerio. Pues bien, lo que el visitante encuentra al aproximarse es un muro ciego, desnudo y
apenas sin huecos, que obliga a rodear un edificio compacto, para ingresar por la parte posterior y
volver a salir por el mismo sitio, haciendo un bucle.

REPRESENTACIÓN INFOGRÁFICA EN LA WEB DEL PROYECTO “PUERTA NUEVA”

¿Dónde está la Puerta Nueva? No existe un recorrido que atraviese la supuesta puerta, con esa
sensación de penetrar en el recinto, como se produce en el Arco de las Granadas, o en la Puerta
de la Justicia (comentadas al principio), o en los Propileos de la Acrópolis o en la plaza de San
Pedro de Roma. Lo que evidencia el ensimismamiento del proyecto y la falta de coherencia
semántica del diseño.

PRESUPUESTO MULTIPLICADO

Las Bases del concurso obligaban a la presentación de un presupuesto completo, incluyendo hasta
el mobiliario y el equipamiento. En el momento de la adjudicación del concurso, el diario El País
(24-2-2011) informaba de un presupuesto de 11 millones de euros. Si, entre esa fecha y la
actualidad, se entiende que no se han introducido modificaciones en el proyecto, ¿cómo se han
convertido ahora en 45 millones de euros?
Para justificar el elevado presupuesto del Atrio, se ha esgrimido la comparación de su costo con el
del Museo de Atenas. Los 129 millones de euros que se emplearon en la construcción del museo
griego, corresponden a una construcción de casi 15.000 m2, (triple que el Atrio) con instalaciones
museográficas mucho más complejas que las de un simple centro de acogida, incluyendo además
el tratamiento especial de los hallazgos arqueológicos encontrados en las excavaciones.
En esa cantidad también están comprendidas las expropiaciones de viviendas que hubo que
realizar, para conseguir la propiedad de la manzana completa, gasto que en el Atrio no se produce.
Por último, el proyecto supone enterrar centenares de metros cúbicos de hormigón, ejecutados con
dinero público, en una época en que muchas familias son expulsadas de sus casas de ladrillo. ¿Se
considera que es la mejor oportunidad para acometer este proyecto? ¿No podría aguardarse un
periodo prudencial para su ejecución, aprovechando ese plazo para subsanar todas las deficiencias
y centrar los objetivos del proyecto? Si se han esperado varios años ¿por qué ahora esta urgencia?

EXPOSICIÓN Y OPINIÓN

Si se me permite una modesta recomendación: no se dejen influenciar por el victimismo municipal
(“¡dame argo!, dos euros p’al Albaicín”), ni se dejen apabullar por las descalificaciones (catetos,
incultos, ignorantes, retrógrados) que la progresía ilustrada dispensa a quienes no opinan igual que
su selecto grupo. Tampoco se dejen llevar emocionalmente por los comentarios que han leído en
estas páginas.
Visiten la exposición del palacio de Carlos V; contemplen los dibujos y los planos con sus propios
ojos y hagan un pequeño esfuerzo por comprenderlos. Recorran las maquetas con su imaginación,
intentando evocar las sensaciones que experimentarían en la realidad construida. Escuchen (¡con
paciencia!) los elogiosos discursos de los plasmas. Relájense con la lectura de los poéticos textos
que adornan las paredes y con los del folleto que les entregarán a su llegada.
No dejen de recorrer el lugar elegido para la implantación del Atrio, con sus árboles y sus taquillas
actuales. Visualicen mentalmente el resultado y extraigan sus propias conclusiones. No consientan
que los tomen por idiotas.

“Dale limosna mujer / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada”

Granada, Marzo de 2015


Titulado en 1975 por la Escuela de Arquitectura de Valencia. Ejercicio profesional en Andalucía, Madrid, Barcelona y la Comunidad Valenciana, principalmente en Granada y Valencia.

RESTAURACIÓN ARQUITECTÓNICA

Mercado de Colón (Valencia, 1998), monumento nacional, Medalla de Oro “Europa Nostra” 2003
Palacio Episcopal de Orihuela (Alicante, 1990), monumento nacional (sXIII – sXVI – sXIX)
Palacio de la Exposición de 1909 (Valencia, 2003), monumento local (mediante concurso)

Múltiples intervenciones de rehabilitación residencial, en edificios históricos del el sector privado, para su reutilización como viviendas, hoteles y oficinas.

URBANISMO PATRIMONIAL

Concurso “Barrio de San Matías” (Granada, 1976) tercer premio
Concurso “Ordenación de la Plaza de la Romanilla” (Granada, 1980), primer premio
Programa de peatonalización centro histórico de Valencia. Ayuntamiento de Valencia (1984)
Concurso “Reurbanización de la Plaza del Ayuntamiento” (Valencia, 1998) segundo premio

INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA

Ha participado como experto local asociado (2005-2008) en el Proyecto Europeo Restauronet, sobre calidad residencial en los centros históricos; así como en el Programa VALUO de la Comunidad Europea, sobre políticas de intervención en centros degradados.

Autor y director del curso “Restauración Básica”, que imparte en diversos Colegios de Arquitectos y Arquitectos Técnicos desde 2004.

Conferencias sobre sus trabajos profesionales en diversas instituciones, como el “Master de Conservación del Patrimonio Arquitectónico” de la Universidad Politécnica de Valencia, Colegios de Arquitectos y otras entidades y asociaciones.

PUBLICACIONES

“El Palacio de la Exposición” (Valencia, 2003)
“El Palacio Leproso” (Orihuela, 2005)
“Restauración básica” (Granada 2010) manual del curso del mismo nombre

Publicaciones colectivas como “Las Arquitecturas de Semblantes de la Vida”, “Patrimonio Monumental”, “Praxis Edilicia: 10 años con el Patrimonio”, ”Restauronet: Calidad de la Residencia”, o la publicación del programa europeo “VALUO”; también ha colaborado con artículos en prensa y en revistas profesionales.

OTROS

Arquitecto municipal del Ayuntamiento de Valencia (1984-1991) (excedencia voluntaria)
Inspector de Patrimonio de la Consejería de Cultura, para la ciudad de Valencia (1992-94)

Colaboración en diversas actividades culturales del Colegio de Arquitectos de Andalucía Oriental y de su Delegación de Granada (1975-1984) y como Director de ICARO (actividades culturales) del Colegio de Arquitectos de Valencia (1997-1999)

Es miembro fundador de “Edilicia”, agrupación de arquitectos para la defensa del patrimonio.